Foto: Lluís Vallés
Por Ana Guerberof
ana.guerberof@gmail.com
Desde España
El 18
de septiembre, una mayoría de escoceses, un 55.3 %, votaron que “No” a la
independencia. Pero la carrera hacia ese día había sido más accidentada de lo
que esperaba el gobierno conservador porque los votantes del “Sí”, que finalmente
fueron un 44.7 %, habían ido in crescendo a medida que se acercaba el día señalado. El
gobierno respiró aliviado, al menos por ahora.
Desde Cataluña se seguía la evolución de la votación con
una mezcla de expectación y de admiración. El periódico conservador “La Vanguardia”, publicaba un anuncio de una página felicitando a los escoceses por el
mero hecho de poder votar. Un anuncio, en realidad, dirigido con cierta sorna
al gobierno central que no permite en Cataluña el referendo para decidir su
independencia. Prohibir algo, como ya se sabe, es despertar el deseo. Si en
2012, tras el anuncio unilateral del gobierno catalán de que el 9 de noviembre
de 2014 se llevaría a cabo la consulta, el gobierno central hubiera abierto el
diálogo y facilitado la votación, hoy por hoy seguramente estaríamos ante un
electorado en su mayoría favorable al “No”. Si antes en una conversación informal los
amigos no estaban interesados en el referendo o preferían permanecer en España,
ahora lo frecuente es que estén a favor de la consulta y de la independencia. La
negativa ha contribuido a que cada vez más personas apoyen no sólo el derecho a
votar sino también la independencia.
Existen similitudes y grandes diferencias entre las
realidades históricas y sociales de Escocia y Cataluña. Es evidente que la gran
tensión social, provocada por la crisis mundial y los recortes sociales,
inclina a que algunos escoceses y catalanes se planteen que estarían mejor
separándose de un estado central que decide en contra de sus intereses. Es
posible que la gestión a pequeña escala redunde en el bienestar de sus
habitantes, eso preconizan muchos de los que están a favor del “Sí”. En el caso de
Escocia, laborista por antonomasia, la situación es extrema ya que la
representación escocesa en el gobierno central conservador es mínima. En
Cataluña, en cambio, la derecha nacionalista ostenta el poder y sus planes
económicos no son my diferentes a los de Rajoy. Esta derecha supo hacer suyas
las protestas de los ciudadanos y canalizarlas en la lucha por la consulta y
así ocultar otros problemas sociales y económicos.
El pasado 11 de septiembre, una semana antes del
plebiscito escocés, día nacional de Cataluña, se organizó en Barcelona la
formación de una “V”, de victoria y votar, en dos de las principales arterias
de la ciudad con los colores de la bandera catalana. La organización estaba a
cargo de la Asamblea Nacional Catalana, un organismo civil que ha canalizado la
lucha por la independencia y que no está afiliada a ningún partido pero que
cuenta con el beneplácito de los partidos independentistas. Si a raíz del
escándalo de corrupción del expresident Jordi Pujol (sí, chorros hay en todos lados y, en este caso, muy cerca del
govern) se decía que la participación sería más
escasa que el año anterior, cuando se organizó una cadena humana por la costa
catalana de 400 km, los ciudadanos salieron a la calle en una marea de
amarillos, rojos y banderas independentistas. El éxito de la convocatoria debe de haber dejado a Mariano Rajoy pensando en el tremendo embrollo en que se había metido. Había
personas de todas las edades. Muchos luchaban por el sueño catalán o querían
inspirar a los más jóvenes; otros protestaban por el recorte a sus derechos sociales;
algunos, contrarios al modelo económico capitalista, aprovechan la coyuntura
para pedir una sociedad diferente. Como ven es amplio el mosaico de ideologías
y deseos aglutinados bajo la idea de independencia.
¿Qué pasará hasta el 9 de noviembre? ¿Se permitirá el
referendo? ¿Se convocarán nuevas elecciones en Cataluña? ¿Desobediencia civil? Yo,
a veces, me siento como si viviera en la casa de un matrimonio que se lleva muy
mal y hace mil que se quiere divorciar. Los familiares de ambos lados te rompen
la cabeza y uno quiere que finalmente tomen una decisión.
Tal como muy bien dices Ana, prohibir algo es despertar el deseo, y prohibir sistemáticamente la voz de los catalanes, tan solo provoca que queramos hablar más y más alto, hasta quedarnos mudos... Y ver esos ríos de gente manifestándose el 11 S, esa multitud "de fiesta", tal como muestra la foto, ponía la carne de gallina, incluso a aquel que no crea. Muy buen artículo. Besos desde Cataluña.
ResponderEliminar