Por Mariano Fernández
La historia del (des) abastecimiento
Fijar normas para regular el intercambio de bienes o servicios, no es
algo nuevo en la historia de la humanidad. En el código de Hammurabi, unos mil
setecientos años antes de Cristo, se dictaron por primera vez las bases de
estas regulaciones. Los romanos, bajo Diocleciano en el año 301, tuvieron un
problema bastante actual: inflación. Su moneda, el denario, se había devaluado enormemente
y la constante de nueva emisión para pagar los sueldos de un ejército
gigantesco, detonaron la intervención del emperador. Se sancionó el “Edicto
sobre precios máximos”, un código que regulaba rígidamente desde los valores de
los productos, el margen de ganancia, los sitios de venta habilitados, basado
en la distancia a sus lugares de producción, los fletes marítimos e incluso los
salarios. No se detenía en fijar precios, sino también los castigos por
infringir la norma, que incluían, claro está, la pena de muerte.
En la Francia de apenas después de la revolución, se suscitaron los
mismos problemas de valuación y se impusieron normas que fijaron los precios de
alimentos básicos, lo mismo que penas para los infractores, bastante temibles
en un país en que el deporte nacional era guillotinar. En estos dos casos
bastante documentados, se produjeron los mismos inconvenientes: dificultad en
la aplicación y el ocultamiento de los excedentes de los bienes para
comerciarlos al margen de la ley, es decir, el mercado negro. También en ambos
casos se fijaron precios máximos para los salarios, por lo que la capacidad
real de compra del pueblo, disminuyó.
En la actualidad, muchos países del mundo tienen leyes de defensa del
consumidor, que regulan los precios máximos de bienes y servicios. Alemania, Estados
Unidos, por citar a dos de larga tradición de economía capitalista. En Latinoamérica,
en Brasil y Chile, existen leyes similares. En general, la aplicación de tales
medidas obedeció siempre a detener crisis inflacionarias, con excepciones en
los países con economías fuertes, donde se la utiliza para evitar los monopolios,
siempre y cuando afecten a los intereses de la nación. Así la Unión Europea
sancionó a Microsoft en un caso de millones de dólares de multas por generar
competencia desleal con empresas desarrolladoras de software de navegación por
internet. Microsoft pagó las multas, pero mantuvo el monopolio.
En Argentina, ayer
En Argentina durante el gobierno de Yrigoyen se sancionó la ley de
emergencia 11.157, que fijaba topes para
los precios de los alquileres. La Corte Suprema refrendó la medida, aunque no
por unanimidad. El juez Antonio Bermejo, en disidencia, expresó su temor de que sería el puntapié para que el Estado controle
la industria y al propio capital. Un temor de clase.
Durante el gobierno de Illia, también se promovió una ley similar, apoyada en algunos puntos
fundamentales, como la creación de mercados centrales, penas de prisión para
aquellos que violen la reglamentación y la facultad
del Poder Ejecutivo de realizar allanamientos en locales comerciales o
industrias. Más acá, en el 74, se sanciona la ley actual que regula “la compraventa, permuta y
locación de cosas muebles, obras y servicios, que satisfaga directa o indirectamente necesidades comunes o corrientes de la población”. En un análisis rápido, notaremos que por cada
gobierno constitucional que intentó impulsar un control de stocks, vino un
gobierno de facto que derogó la constitución y con ella, tales leyes; tomando
políticas económicas que favorecieron la consolidación de monopolios.
En Argentina,
hoy
El paquete de medidas lanzadas por CFK y enviadas al congreso, consta
de tres proyectos: el más substancial son modificaciones a la ley de 1974; otro
es la creación de un fuero del consumidor; y el último un
observatorio de precios. La causa entre líneas, del impulso de éstos, es la inflación que el gobierno niega sistemáticamente. El fracaso de los precios cuidados, las cercanías de las políticamente tormentosas fiestas de fin de año y un escenario complejo para el
oficialismo en el 2015 electoral, son brasas que se intentan apagar con estas
medidas.
El control de abastecimiento incluye cláusulas turbias, como el artículo 12 en su inciso B, donde se autoriza a
realizar allanamientos sin orden judicial. La crítica más sencilla a la ley, es que sin
tocar los resortes de la economía de mercado, fijar precios máximos implicaría
causar desabastecimiento por aumento de la demanda. Una medida más simple y
eficaz sería subir sueldos mínimos. Superficialmente, la sanción de esta ley,
le daría al gobierno una herramienta más con la que golpear a grupos económicos
adversarios o sin una posición afín.
La realidad es que un limón en Tucumán vale
un 600 % menos que en las verdulerías.
En el mostrador, la carne, el pan y la leche, multiplican varias veces
el valor que percibe el productor. Fijar precios máximos, garantizar el
abastecimiento y por supuesto limitar la ganancia de intermediarios, son medidas
claves. Pero no basta con ellas cuando la orientación de un modelo de exportación
de materias primas y commodities, atraviesa la economía nacional y sostiene
impositivamente el pago de la deuda externa, entre otras cosas.
La historia nos tiende una trampa. Pensarla tal vez como un ciclo que
tiende a repetirse, subestimando así la capacidad de la propia humanidad de
avanzar y negar los saltos históricos y sociales,
pero fundamentalmente los cambios de relaciones entre los productores, los
empresarios y el pueblo. Cada aplicación de estas
medidas, fue desde arriba hacia abajo. El mercado es el que decide qué, cuánto
y para quiénes se produce. Producimos millones de toneladas de alimentos, en un
país donde hay hambre y desnutrición. Producimos soja, en un país que no se alimenta de
ella. La disminución en la producción de cereales como el maíz y el trigo, con sus elevados costes, insumos en dólares y la merma en el número de vientres en ganadería, son consecuencias de carencias de políticas económicas agrarias. Se producen minerales pero son exportados, lo mismo
hidrocarburos y productos semielaborados, todo ello impulsado por el dólar
favorable al exportador. Si el pueblo decidiera qué, cómo y para quién se
produce, satisfaciendo las necesidades básicas de la misma población, y no se
utilizaran leyes como herramientas de cambio en la negociación con grupos
adversarios, la legislación en cuanto a abastecimiento, e incluso la causa que
origina dichas normas –esto es, la inflación-, desaparecería.
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