Un mundo devastado



“EL CAZADOR”



Por Lorena Bellesi
bellesi_lorena@hotmail.com

“La carretera” (The road) es una novela del año 2006 escrita por el genial autor estadounidense Cormac McCarthy, la misma describía una sociedad post apocalíptica, enteramente cubierta de cenizas, luego de una catástrofe biológica. Con su particular estilo austero, exacto, el autor narra las desventuras de un padre y su hijo intentando sobrevivir en un mundo irrespirable, yermo, antropófago. En 2009 tuvo su versión cinematográfica, muy fiel a la propuesta literaria. La película australiana “El cazador” (The Rover) continúa con el linaje de films que retratan un mundo arruinado por el hombre. En esta oportunidad, la acción se detiene en retratar las consecuencias de un colapso (económico, quizás) ocurrido diez años atrás. Los personajes  vagan por territorios desolados, inmensos, por fuera de las ciudades. Las montañas que despuntan en el cálido paisaje parecen encajonar a las figuras humanas como si estas fueran simples muñecos de un juego de mesa. Los cielos relucen tonos violetas, celestes, rojos con una hechizada intensidad. El calor apremia a los pocos y marchitos humanos que aún sobreviven como pueden, flaqueados por la miseria, la desconfianza y el abandono.
A los cinco minutos de iniciada la película, al protagonista (Guy Pearce, impecable) le roban su auto. A partir de ese momento, no descansará hasta poder recuperarlo. Su carácter desapacible, huraño, resentido, lo lleva a arremeter con violenta furia cada una de sus decisiones. Las rutas desahuciadas de la desértica Australia son el circuito de un recorrido penoso que nunca promete seguridad. El encuentro con otro ser humano deviene en cautela, la atmósfera adquiere, entonces, la tensión propia de los duelos del lejano oeste. En la desesperación por recobrar su vehículo, admite llevarse consigo al hermano de uno de los ladrones, a quien encontró muy mal herido en un lastimoso paraje. Rey, tal es su nombre, interpretado sorprendentemente por el actor Robert Pattinson, es un joven todavía inocente, dueño de cierta fe y esperanza, su tono de voz supone un origen humilde, trabajador e inculto. El vínculo entre ambos pone en marcha dos estados emocionales opuestos, el pesimismo de uno, contrasta con la sutil ilusión del otro. Los enfrentamientos dialógicos terminan por resultar potentes dosis persuasivas, que ninguno de los dos percibe instantáneamente.
El director David Michôd nos interna en un mundo absolutamente deshumanizado, lo que prevalece en su film es la disolución de la sociedad, de sus valores. No hay solidaridad, no hay empatía, todo tiene la apariencia de ser un cúmulo de estrategias por lograr sobrevivir. La narración no es muy dinámica, ni siquiera las conversaciones entre los personajes ofrecen la claridad para desentrañar alguna que otra circunstancia. Prevalece la amarga mirada sobre un mundo desvencijado, futuro que, sin embargo, todavía se identifica con el actual. En todo momento la música escolta el carácter funesto de la historia, cuando suena una canción pop, alegre y frívola, es molesto, rápidamente se nota su condición de estar fuera de lugar, desubicada. No tiene nada que ver con el agónico discurrir de seres desesperados, pecadores, con culpas. Como dice McCarthy, la realidad acontecida en “El cazador” está “desencajada de su apuntalamiento”. Y eso, estremece.

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