PACO
URONDO
Por
Julieta Nardone
julinardone@hotmail.com
Próximos al 24 de marzo, creemos que
entregarle un pequeño gesto de memoria a Paco Urondo (1930-1976) es también una
forma de recordar a toda la generación a la que perteneció el poeta, víctima de
la última dictadura militar.
En primer lugar, podríamos destacar la
sutileza compositiva de los primeros escritos; notable en la brevedad que
sugiere la contenida pasión bullendo tanto en las palabras sustantivas como en
las pausas. Una síntesis potencial de las inquietudes que más tarde saldrán a
la superficie y a viva voz: “Herido está
de tiempo que lo contiene” (Días
estos y aquellos), porque la historia personal y las circunstancias poco a
poco coinciden y “…es cuando no sabemos
de qué lado estar. Pero no hay que alarmarse nos quedaremos hasta que las velas
ardan” (Historia Antigua).
En Urondo –como muchos han señalado-
se presenta desde siempre, como valor inexcusable,
la afirmación de la vida. Quizá ello sea lo que otorga verdadera coherencia
a su obra; cierta unidad alcanzada con múltiples tonos y registros. Así, la inmersión en el reino de los vivos se materializa
en el amor y la amistad, en la diversión y la derrota, el deseo de la
revolución y la nostalgia por lo perdido a causa de la entrega a aquel sueño
mayor. Cabe decir que la responsabilidad asumida por el poeta no es mera
simpatía verbalizada; es compromiso orgánico pero sin el éxtasis de heroísmos
irreales, sin postura deshumanizada. Cambiar el mundo y enamorarse, amar la
patria y el calor fraternal de los amigos no son planos disociados para quien
busca ganar la vida.
En los poemas que siguen a la primera
etapa, se percibe esta nostalgia por lo que pronto irá a perderse ya que se
avecina un destino del todo o nada, tiempo incierto desde el que “...algo vendrá sin vínculos, una lluvia
sin pasado sin gestos censurables o bondadosos” (Algo). En el mismo sentido,
aparece la necesidad de hallar reposo en “la
palabra que lo cubra con sus plumas” (Tambor); y más adelante -cuando su
lucha se profundice en sintonía con la fuerte politización del clima de nuestro
país-, va a subsistir, intermitente, esta misma inclinación por encontrar dónde
poner el cansancio y las ganas: “...quisiera
seguir sin sentido, amor, para ir eligiendo o mendigando amor; eso que
realmente sirve, lo que vale la pena” (Plazo).
Por otra parte, resulta infinitamente emotivo
el erotismo ligado a su vena revolucionaria agitando el campo semántico de la
mayoría de sus versos: “Amiga extraviada
en las manos del mundo: soy el culpable de tu perdición que me protege... Digo
adiós a tu cuerpo que reencuentro en cada olor, en cada esperanza; en cada
señal imprecisa de tu amor, en todo cansancio, en cada derrota de nuestra
naturaleza victoriosa y corrompida...” (Los gatos). Asimismo, la tensión impuesta
por el permanente desafío se modula en temporalidades disímiles: en un presente
convulsivo, palpitante, que por momentos sólo encuentra refugio en el pasado, y
en un mismo movimiento proyecta presagios del futuro: “Pasaré desapercibido, con falsa humildad, como la Cenicienta, aunque
algunos me recuerden con cariño o descubran mi zapatito y también vayan
muriendo” (La pura verdad).
Reconocer la natural contradicción
detrás del intelectual combatiente es devolverle su más genuina humanidad: “Prematuramente con un pie en cada labio de esta grieta que se abre a
los pies de mi gloria: saludo a todos, me tapo la nariz y me dejo tragar por el
abismo” (No puedo quejarme). El fuego de su imaginación creadora ha llegado
más lejos que cualquier otra llama. Paco alcanzó a vivir en el corazón de una palabra, en la única realidad que es la
verdad sostenida con coraje y amor por todas
las cosas de este mundo.
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