Por Carina Sicardi / Psicóloga
casicardi@hotmail.com
Cuando me convocan para dar una
charla, experiencia que pasó a ser cotidiana desde las escuelas que necesitan
encontrar respuestas a tantas preguntas que surgen a partir de las diferentes
realidades que los niños les presentan a diario, lo primero que me pregunto es qué tengo para decir. Qué
puedo aportar desde los saberes que fui adquiriendo en mi vida, a tantos
interrogantes.
Entonces, empiezo por el principio: el
título. Parece en sí mismo, lo más fácil, porque es corto, inspirador de lo que
vendrá. Pero en mí, genera más de un cuestionamiento. Tiene que ser tentador,
para que la gente quiera saber de qué se trata, no muy rebuscado, entendible
pero no repetitivo, lindo pero no mediocre… Mucho, ¿no?
Entonces les pregunto, sobre qué
quieren que hable: falta de atención, falta de límites, falta de hábitos…
Si yo encabezara la charla enunciando:
Señores Padres, los invitamos a una charla sobre “las faltas”, ¿cuántos creen
que irían?
Hay palabras que convocan, otras que
espantan, quizás sean de las que no queremos saber todavía… o de tanto
escucharlas ya perdieron su sentido.
Hoy quiero hablar de corrupción, pero
no desde un sentido académico, sin diccionarios ni grandes definiciones. Hoy
quiero hablar de aquellos pequeños actos que por ser cotidianos (“si todos lo
hacen…”) ya los hemos incorporado como parte de nuestros valores.
A diario enfrentamos situaciones que
nos presentan la posibilidad de transitar, como mínimo, dos caminos diferentes,
desde el comienzo…
¡Me quedé dormida! ¿Asumo la
responsabilidad de llegar tarde al trabajo o culpo a la niñera, puntual como
pocas? Total a la niñera no la conocen…
Mi hijo se olvidó de comprar un mapa, ¿lo
insto a que espere en la librería su turno o lo acompaño y logro, con mi
presencia de adulto, que nos atiendan antes que a los demás niños?
Llegamos a la escuela, ¿estaciono a
dos cuadras como corresponde o me sumo a la ya numerosa cantidad de autos
parados en doble fila?
Paso por la panadería. Mientras la
empleada prepara mi pedido, busco en mi billetera y encuentro un billete
“sospechoso”, ¿lo cambio por otro o lo mezclo con el cambio y “si pasa, pasa”?
Cualquier parecido con la realidad, es
pura coincidencia… El “colado” en las filas; la basura en el suelo, “total”…;
el reintegro que nunca llega; el turno que solicito y no respeto; los
medicamentos que pido porque son gratuitos, sin pensar que, detrás nuestro,
quizás llegue otro que los necesite y no tenga más opción que esa que
terminamos de arrebatarle…
Mal enseñado y mal aprendido eso de “yo
primero”, porque se ha convertido en “yo el único”…
Corruptos somos desde el momento en
que no podemos pensar más que en nosotros mismos, y utilizamos el derecho del
otro como propio, y no nos asumimos como parte de una sociedad que funciona con
y no en contra o a pesar del otro.
Cuando aceptamos la ilegalidad porque
“lo hace la mayoría” o los gobernantes…
Cuando exigimos rampas para aquellas
personas con capacidades diferentes y después estacionamos frente a ellas
obstaculizando cualquier posibilidad de tránsito.
Cuando no nos preocupamos porque a
nuestros hijos se les terminó el papel glasé, total alguien siempre lleva de
más…
Cuando se compran objetos robados,
cuando se vende ropa trucha diciendo que es de primera, cuando se rebaja un
producto con agua, cuando se cambian las fechas de vencimiento, cuando se vende
un plan cuidando de no leer la “letra chica”…
Simplemente, cuando decidimos vivir
como si estuviéramos solos, es decir, sin importarnos nadie más que nosotros
mismos.
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