Por
Mariano Fernández
marianoobservador@gmail.com
En
1963, en las calles de Dallas, EEUU tuvo un cuasi golpe de estado. Una, dos,
tres balas terminaron con el duro cráneo de Kennedy y una política exterior
demasiado blanda para muchos poderosos del país del norte. 24 horas después,
Lee Harvey Oswald fue apresado, acusado, condenado y demonizado por la prensa
estadounidense. Oswald tenía muchas cosas que el ciudadano yanqui promedio
podía odiar. La prensa y el entrante presidente Johnson, le dieron a la
ciudadanía un enemigo. Tanto, que Jack Ruby puso fin a la miseria del pobre
Oswald unos días después. Un fin calibre 38. Dos veces. Ruby -y tal vez la CIA
con él-, silenció para siempre las verdades que pudiera haber dicho Oswald. La
política exterior estadounidense se endureció durante la administración Johnson
y muchas empresas se llenaron de dólares con la guerra de Vietnam, de la que
Kennedy pensaba retirarse.
Casi
inmediatamente después de los atentados contra las torres gemelas, las cadenas
estadounidenses CNN y Fox, tenían a los responsables de lo ocurrido
identificados. Eran países, no personas. Afganistán e Irak. G.W. Bush (h) pidió
a dios que bendiga a América (desde el río
Grande para arriba), y prometió represalias que no tardaron en llegar. Afganistán
desde el 2001 está ocupado por la coalición de fuerzas militares que encabeza
EEUU. El 90% de la producción mundial de heroína, una droga durísima, proviene
de allí. Desde la ocupación, ese número no bajó un ápice según la ONU. Un
mercado de miles de millones de dólares -que en su momento también quisieron
los rusos- tenía nueva administración. Siguió Irak y un multimillonario negocio
con la reconstrucción de la infraestructura que las mismas bombas
estadounidenses habían destruido.
Desde
aquel 11 septiembre de 2001 los ciudadanos estadounidenses están sensibilizados
frente al terrorismo. Y éste, se suele utilizar por los gobiernos como
argumento a esgrimir cuando se necesita una excusa para algo que de otra manera,
sería moralmente cuestionable. Así justificaron la invasión a Afganistán e Irak
y la intervención contra Somalía y Serbia, sólo por citar algunos casos. En
España, el presidente Aznar quiso hacer de los atentados en Atocha una bandera contra
ETA, error que le costó las elecciones.
Usar
el terror como herramienta, como permiso para generar más terror, es una
estrategia habitual.
Las
bombas que estallaron recientemente durante el maratón de Boston, dejaron un
saldo de 3 muertos y más de 100 heridos. Los culpables pueden estar más cerca
de lo que Obama desearía. El debate abierto en por la tenencia de armas de
guerra a consecuencia de hechos de violencia en escuelas y lugares públicos, ha
dividido las aguas. La NRA (National Rifle Asociation), sociedad de los que
apoyan la tenencia de armas, tiene tanto partidarios famosos (por ej. Clint
Eastwood) como fanáticos extremistas capaces de un hecho como el de Boston; hecho
que vendría a justificar la necesidad de armarse (que es lo que pretende la
NRA) frente a la “amenaza terrorista” y su conexión local. El enemigo también podría
ser externo, y justificar la intervención en Irán, por ejemplo.
El
FBI ya abatió a su Oswald. Un joven musulmán descendiente de chechenos era el
principal sospechoso de las explosiones en pleno maratón. Ser musulmán, en
EEUU, casi se homologa con ser terrorista.
Como
reza la canción del título, a veces, la amenaza o la concreción de un atentado,
sirve a intereses diferentes de los aparentes, para justificar algo. Porque lo
aterrorizante del terror, es que quienes lo padecen son fácilmente conducidos,
dirigidos, seducidos a, redundante e inevitablemente, aterrorizar a otros.
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