TIEMPOS
DIFÍCILES
Por
Julieta Nardone
Charles Dickens (1812-1870), inicia la
publicación en forma de folletín de Tiempos
Difíciles (1854) en la rígida sociedad victoriana de Inglaterra. La versión
caricaturesca de las relaciones de poder en el trabajo, conforma un tema -aunque
epidérmico- que recorre de cabo a rabo las páginas del libro. La ciudad
imaginaria de Coketown es la réplica
hiperbolizada de una ciudad industrial cuyo paisaje sin colores ni ornamentos
escenifica la uniformidad y la planificación casi matemática de la
cotidianeidad de sus habitantes.
Dickens no fue, por cierto, ni
revolucionario ni socialista pero tampoco un defensor a ultranza del capital y
del libre mercado. Queda demostrado esto en los tantísimos pasajes que denuncian
los vicios y efectos colaterales del desarrollo económico del modelo
capitalista... A propósito, una digresión oportuna: la reciente muerte de
Margaret Thacher ha derivado, desde algunos sectores, en una revisión en torno
a la aplicación fría y deshumana de esos mismos fundamentos.
Pero volviendo a la ficción, y desde
una óptica integral de la novela, pareciera como si, en el doblez de la trama
novelesca, se buscara complacer a ambos mundos: estamento de la burguesía
industrial, y ámbito oprimido de los trabajadores. En este mismo sentido, la
disyuntiva entre el obrero inmaculado (cabe aclarar: que se opone a huelgas y
sindicatos) y el sindicalista malicioso y astuto, no da lugar a enfrentamiento
dialéctico alguno. En este cuadro encajan también otros personajes: el señor Bounderby, inescrupuloso y oscuro
empresario que ha logrado escalar hasta la cúspide social desde el barro mismo,
“haciéndose a sí mismo”;
la señora Sparsit, aristócrata en
decadencia y convertida en ama de llaves del susodicho nuevo rico; James Harthouse, el típico gentleman londinense,
entre otros.
Los más entendidos en la obra del consagrado
escritor inglés (de cuya muerte se cumplirán 43 años el 9 de junio), han
señalado que este peculiar tratamiento de lo social se debe a las propias
contradicciones ideológicas del enclave pequeñoburgués de Dickens, en la zona
fronteriza entre la burguesía y la clase trabajadora.
Así y todo, no es posible reducir la
obra al entorno fabril y las luchas de clases de la época sin llegar a deformarla.
El foco del ataque parece estar puesto, esencialmente, en la visión
utilitarista de la vida en general, y con particular insistencia en la
educación que se proponía desde esta filosofía dominante. Precisamente, quizá esto
explique mejor el hecho de que las críticas todavía resulten contemporáneas y
veraces en nuestra sociedad postindustrial.
El personaje del profesor Gradgrind ilustra cabalmente la fe ciega
en ese sistema pedagógico que presume resultados positivos y previsibles a base
de datos constatables y ecuaciones: “...lo
que no se ve en la vida real, no debéis verlo en ninguna parte...”, le
indica a uno de sus alumnos. Del mismo modo, Gradgrind criará a sus hijos (Louisa
y Tom), desplazando sin licencias el mundo de la imaginación y la fantasía;
pero los resultados no serán tan esperados...
Para ir cerrando, hay una frase del repertorio
creativo del propio autor que ha sido citada con mucha frecuencia: “La verdadera grandeza consiste en hacer que
todos se sientan grandes”. Empezando por tener siempre la esperanza en la palma de la lengua, soñemos,
entonces, en el día en que -aunque las vacas o los chanchos sigan sin levantar
vuelo- la práctica laboral, educativa y civil de cada uno, nos potencie a todos
como grandes seres en el pequeño oficio de cada día.
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