Cronistas de a pie Febrero 2012


Foto: Alina Iancu

¿QUÉ DIRÍA VIVALDI DE TODO ESTO?

ESTACIONES Y ALGO MÁS

Por Ana Guerberof*
ana.guerberof@gmail.com

Ustedes están en verano, con un calor seguramente insoportable; yo estoy en invierno, uno cálido pero invierno al fin. Siempre me pareció muy loco que se diera en el mundo esta divergencia climática. Como la televisión. Cuando era chica no lograba comprender -en realidad ahora tampoco lo entiendo- que dentro de esa caja pudieran existir todos esos decorados, objetos y personas. Ansiaba ser una prisionera en su interior para saciarme de tantos chocolatines como quisiera en aquel programa de brillantes colores. De igual forma, que acá sea invierno y que pueda tomar ahora mismo un avión a Buenos Aires y enfrentarme en un mismo día a una sensación térmica escalofriante (valga el oxímoron) me deja perpleja. Sí, entiendo el porqué. Pero todavía cuando preparo la valija me cuesta pensar que debo poner un biquini cuando llevo botas, bufanda y guantes.
Las estaciones no sólo son cambios climáticos sino que parecen un reflejo simétrico de nuestros ciclos vitales. El florecimiento de la naturaleza en la primavera nos recuerda al nacimiento y a nuestros primeros pasos titubeantes en el mundo; la eclosión de luz y color en el verano, a nuestra juventud con su pasión y experimentación bañadas con cierta dosis de confusión; la caída de los frutos y las hojas en el otoño, a nuestra madurez con la aceptación de nuestras elecciones y renuncias, y de quiénes somos; la nieve y la hibernación en el invierno, a la vejez que con su ritmo más pausado nos ofrece reflexión y capacidad de enseñar, amén de enfrentarnos a la enfermedad y la muerte. En el mundo actual, sin embargo, se fuerzan las estaciones. Por ejemplo, en la agricultura se producen los mismos frutos todo el año y pretendemos, de igual forma, detener o alterar los ciclos vitales mediante siliconas, tratamientos rejuvenecedores y mucho gimnasio. Pareciera que cuanto más alta es nuestra esperanza de vida, más miedo tenemos a la enfermedad y la muerte. Queremos vivir en un eterno verano. Claro, si pensáramos que después del invierno volverá la primavera (que sigue siendo lo que preconizan muchas religiones y, hete aquí, el éxito de sus grandes bestsellers) estaríamos dispuestos a aceptar cada estación antes de comenzar el nuevo ciclo. Ser o no ser, de eso se trata. Si viviéramos eternamente (puede que nos vendan un alma eterna pero seguimos interesados en el cuerpo de aquí y ahora) todo en nuestras vidas sería diferente y hasta Hamlet no dudaría en acometer lo que le depara su implacable destino.
Si las estaciones representan nuestros ciclos de vida, entonces ¿qué dicen las estaciones de los países? Un país caribeño, con sus continuos veranos sazonados con las lluvias ¿será como un joven fiestero despreocupado del futuro?; mientras que otros como Finlandia, con inviernos prolongados, ¿será, más bien, como un señor sabio preparándose para su fin? Algunos países como Irlanda o Escocia, por ejemplo, con un otoño continuo ¿son unas señoras maduras que aceptan cómo son y se toman una copita para celebrarlo? ¿Radica ahí la diferencia entre Brasil y Argentina? Somos otoñales reflexionando sobre nuestra existencia mientras ellos son un verano borracho de carnaval o incluso una primavera bebiéndose la vida a grandes sorbos. Se podría concluir, entonces, que con el calentamiento global ¿todo el planeta está en una joda continua, nadie sabe qué quiere ser de grande ni de qué va a vivir y no queremos asumir la muerte? A veces las comparaciones pueden ser muy reveladoras.
Escribiendo esta crónica me topé con un poema de Rosalía de Castro sobre las estaciones, que dice: “Hermosas son las estaciones todas / para el mortal que en sí guarda la dicha; / mas para el alma desolada y huérfana, / no hay estación risueña ni propicia”. Estoy de acuerdo con Rosalía, por mucho que las estaciones reflejen unos ciclos vitales compartidos e inexorables, todo empieza por nosotros, por lo que nos ocurra y por cómo estemos dispuestos a encararlo.

*Argentina residente en España.

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