¿Directo al corazón?


EL QUE NO APUESTA, NO GANA

Por Alejandra Tenaglia

Tres veces me enamoré, por lo menos. También podría contarte otras historias menores, y hasta a lo mejor serían más pintorescas para tu columna…
Así comenzó su exposición, el caballero protagonista de este texto. Por cierto que la frialdad con la que se desenvolvía y hablaba, lo distanciaba de todas las experiencias que hasta ahora he vivido en las entrevistas previas. En general, el/los enamorados son embargados cuanto menos por una especie de pudor a la hora de narrar algo tan personal como es una historia de amor. Porque más allá de las semejanzas que surjan entre unas y otras a ojos del lector, cada uno lo vive con su propio cuerpo y alma y eso es suficiente para convertir al hecho en impar. He presenciado lágrimas, discusiones de parejas sobre este o aquel recuerdo, tristezas reactualizándose, alegrías bullendo, mails correctivos de lo dicho y hasta narraciones por escrito ante la dificultad de afrontar una charla cara a cara.
Por eso este caso fue del todo singular. La falta de entusiasmo del caballero -por aquello que iba enunciando como un listado de ítems-, arrebató también el mío. ¿Seguro que estás interesado en esta sección?, le pregunté. Sí, dale, yo te cuento varias de mis historias, vos elegí la que quieras.
Comenzó su relato. A decir verdad, mi atención no se detuvo tanto en lo que decía, sino en sus gestos, tenía la esperanza de encontrar en ellos algún signo que rompiera su monotonía. Hubo sí por momentos, una cierta incomodidad, quizás generada por mi silencio absoluto o mi mirada que intuyo, ha de haber sido escrutadora. Por primera vez, no tenía preguntas para hacer. Su modo de referir a un asunto tan hondo, con el desapego del personaje de Albert Camus en la novela “El extranjero”, me dejaba a la vera de mi propia tarea. Pensé en los clásicos literarios que van desde la desesperación wertheriana a la compleja trama labrada por la insoportable levedad del ser; en los innumerables poemas que han vertido corazones heridos, henchidos, alborozados; en los filósofos reflexionando sobre el amor a la par de temas tan difíciles de explicar como la vida y la muerte; en quienes han puesto fin a su existencia por un dolor que han sentido inabarcable; en quienes han curado hasta las enfermedades del cuerpo alentados por la fuerza arrolladora que los unía a otra persona; en las tantas historias que he oído de amigos, conocidos, extraños, en las que yo misma he vivido.
Para entonces, el cúmulo de hechos narrados por el caballero y el modo de hacerlo, daban lugar a una conclusión más impulsiva que razonada: no cree en el amor. Y aquí es donde las preguntas surgen. El amor, ¿es una cuestión de fe? ¿Será, como ha escrito Cortázar, un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio; o hay que estar predispuesto para que el otro en toda su magnitud, pueda llegar hasta allí donde se aloja nuestra sensibilidad mayor? En ese mundo en el que impera la intangibilidad, ¿creer sin ver será una de las reglas inapelables? La acumulación de vivencias, buenas o malas, ¿hace a la pericia o no hay experiencia que valga? ¿Son los finales no deseados, los responsables del abandono de las ilusiones; o es la ausencia de ilusiones la que determina un final adverso? Lo que sí podemos afirmar, es que no se ha inventado aún, nada que nos asegure que alguien nos amará toda la vida. Ni siquiera la palabra de ese alguien, podrá respetarse si el corazón comienza a latir a otro ritmo o en otra dirección. Así son las cosas, más allá de los castillos que construyamos para guarecernos de las molestias que genera la siempre inoportuna incertidumbre. Pero, ¿es la indiferencia la opción? ¿Se llega a ella por elección o sin darnos cuenta? ¿Qué es lo que nos pasa cuando ya nada parece pasarnos más que por fuera del límite que delinea nuestra piel? ¿Hay algo que nos salve de convertirnos en sujetos fungibles, que no sea conservar nuestra condición de cuerpos con emoción? Debería sonar una alarma cada vez que ello suceda, para darnos cuenta de abrir los cerrojos con los que aprisionamos al alma, en el vano intento de protegerla…
Al caballero en cuestión, nada le dije cuando terminó su relato. Por este texto sabrá que, para que una historia ocupe esta sección, es imprescindible que el protagonista, en la suya, haya apostado aunque sea una vez, el corazón.


 

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