Agosto Cine


LÚCIDA ORFANDAD

“EL NIÑO DE LA BICICLETA”

Por Lorena Bellesi

El niño de la bicicleta (“Le gamin au vélo”) es una película donde los sentimientos, los afectos, o la ausencia de éstos, comandan los pasos de los protagonistas. Cada uno de ellos se deja llevar por una singular manera de experimentar su existencia, no hay historia particular ni desarrollo psicológico profundo que justifique las consecuentes actitudes; sólo maniobras espontáneas de personas haciendo, algunos, lo que pueden, otros, lo que quieren. Articulada como un drama contemporáneo, aspira a un estricto realismo sin desviarse jamás, por sobre toda artificialidad narrativa. El modo descarnado de contar de los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, nuevamente cautiva al espectador, al poner en escena un relato moderno e inquietante.
Desde el inicio el film no concede calma. La impotencia de un niño al no poder comunicarse telefónicamente con su papá, desata en él una violenta reacción desesperante. Cyrill (un convincente Thomas Doret), tal es el nombre del chico, hace ya más de un mes que está viviendo en el orfanato de Theux; sin ninguna explicación su padre lo dejó abandonado allí, con la promesa rota de reunirse pasados unos días. Tiene doce años, y es incapaz de entender su propia situación. Huraño, furioso, necesita urgentemente respuestas; con determinación obstinada busca por todos los medios dar con su progenitor y recuperar su bicicleta. En su raid por la ciudad, rastreando los vestigios de su desaparecido padre, tropieza de casualidad con una mujer desconocida, quien sin dar motivos o razones, simplemente lo acoge. Samantha (Cécile De France, impecable) es una perfecta extraña para Cyrill, y para nosotros. Peluquera de profesión, soltera, con una benevolencia casi maternal, se involucra plenamente en la vida del joven, se la juega. Se convierte en sostén incondicional del desamparado muchachito, sin rehuir nunca ante los constantes reveses durísimos que el niño afronta.  Abiertamente rechazado por su padre, disgustado, confundido, el estado de vulnerabilidad de Cyrill se acrecienta. La probabilidad de convertirse en un joven delincuente es casi un hecho. Su tozudo carácter, sus pocos años, su ímpetu furioso, son el cebo atractivo para quienes pretenden utilizarlo como “peón” delictivo.
Ciertos elementos de El chico de la bicicleta son comparables a la estructura de los cuentos infantiles maravillosos. ¿Por qué? Porque tradicionalmente el protagonista es siempre un ser desvalido, huérfano, que se ve obligado a enfrentar obstáculos que lo ponen a prueba para determinar quién es. También, jamás está ausente el villano, incluso hasta puede ser un familiar –padre-, despiadado personaje que le impide ser feliz. Contrarrestando los efectos dañinos de éste, la presencia del hada madrina –Samantha- convocada por las lágrimas sufrientes de su protegido, compensa las penurias que el niño soporta. Generalmente, rodea a la villa un frondoso bosque truculento, maraña donde habitan peligros apremiantes, como magos deseosos por alistar inocentes y así manejarlos a su antojo (en este caso, jóvenes pandilleros). Sin embargo, en el film está muy claro que la magia no existe, sólo hay lugar para la más cruda realidad sin moraleja posible. Un humanismo insoslayable y reparador acentúa el carácter auténtico del relato. No hay explicaciones contundentes, ni giros argumentales u obviedad, ni rebuscadas tomas, aunque ciertos impactos musicales complementan el tinte dramático de la historia. Por lo demás, todo transcurre por los cauces mesurados del alma humana, compleja e impredecible, alerta a la controversia interior entre lo innoble y lo digno, entre la desesperanza y la felicidad.

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