Septiembre Psicología


EN LA ERA DE LAS COMUNICACIONES

LA SOLEDAD

Por Carina Sicardi
casicardi@hotmail.com

El monitor de la PC me enfrenta con un cúmulo de ideas casi todas contradictorias. De repente, pienso en que se presenta como un instrumento capaz de atravesar el tiempo y el espacio. Aquí y ahora sería posible conectarme con el más lejano de mis amigos o con mi hijo que está en la habitación contigua; con gente que quizás veré alguna vez, como con aquellos que formaron parte de mi vida de otros días…
Se ha hecho común escuchar la frase: “Si no te encuentran es porque no te quieren encontrar”. Peligrosa sentencia, es casi como estar formando parte de Gran Hermano, donde no hay lugar en el cual la intimidad sea posible. O sentir, como muchos aprendimos de niños, que nadie  puede esconderse de la mirada de Dios. Sólo que ahora, pareciera que no es posible esconderse de nadie… ni de nada.
Sucede que, en la era de las comunicaciones, los adelantos tecnológicos nos asombran día a día. Los celulares, extensión de nuestros sentidos, forman parte de nuestros objetos imprescindibles antes de salir al mundo exterior. De niños hacíamos el recuento: pañuelo y papel higiénico (además de ropa interior limpia y sana por si nos descomponíamos en la calle). Hoy es: billetera y celular con sus accesorios, no vaya a ser cosa que por un instante, nos permitamos conectarnos con las pequeñas maravillas que nos ofrece la naturaleza. O nos descubramos sonriendo ante las ocurrencias de los pequeños, o nos detengamos en la mirada del aquel que nos mira… el encuentro con el otro.
En una conferencia, de esas inolvidables, Jaime Barylko expresaba su falta de entendimiento ante el uso de celulares; de hecho, por lo menos hasta ese momento, él no tenía. Ironizaba diciendo que quizás no tenía tanta gente que quisiera comunicarse con él todo el tiempo. Hasta llegó a plantear la posibilidad de repensar el concepto de psicosis, porque para él, tanta gente transitando un mismo camino hablando con alguien que el resto no puede ver, era el fiel exponente de una psicosis colectiva que, en tanto validada por la mayoría, se aceptaba como normalidad.
También planteaba que parecía extraño que, en el afán de filmar o fotografiar todo lo que el hombre consideraba importante, resulta que se olvidaba de conectarse con lo que vivía en ese instante y sólo lo podía disfrutar en casa, cuando lo veía desde las imágenes grabadas.
Dice Pablo Dacal en la canción Más allá del bien o del mal: “Tan solitario escribir o pintar, o actuar en teatro, postear y twitear”. Tremenda y profunda frase.
Desde que empecé este texto, me acompañaron mis intelectuales amigos, cada uno desde su incondicional aporte de saber; pero en el momento de enfrentar la hoja en blanco, sólo yo y mi soledad nos dimos la mano, y juntas, tratamos de darle forma a las ideas.
Twitter, Facebook, Messenger. Notebook, Tablet, Blackberry, IPod. Tantas opciones, tantos instrumentos para la comunicación que hoy parece un imposible, si pensamos en la inexistencia del lenguaje corporal que nos ayude a decodificar el mensaje; parece que estuviéramos jugando al teléfono descompuesto. ¡Qué ironía!, ¿no?    
Nos escondemos detrás de la PC, maquillaje artificial donde nos permitimos jugar a no ser nosotros mismos. Ya no tenemos tiempo para el encuentro real, para disfrutar de lo que dice la mirada; del abrazo, tan importante para cobijarnos en el cuerpo del otro, en el lugar que nos permite el cuerpo del otro…
Los sentimientos paranoicos se despiertan: “Lo llamé y no me atendió. Seguro que vio mi número y no quiso atender”; “Nunca lo encuentro en el chat, seguro me bloqueó”; historias que empiezan y terminan en nuestro mundo de soledad… Tan comunicados y tan solos…
¿Y qué es la soledad?, te pregunté: “es mirarse en el espejo sin maquillaje”.

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