Los espero en el próximo café - Diciembre 2º



Por Carina Sicardi / Psicóloga
casicardi@hotmail.com

En todo diciembre, la palabra final se asoma en cada pensamiento. Y de ello se desprende cualquier reflexión. Desde comentarios tales como: “Dale, 2013, seguí pegando nomás, que tacho los días para que desaparezcas”, hasta “siempre me gustaron las años impares, ¡qué buen año!”, todos aluden a un balance que implica un desenlace: el final del libro.
Las ideas se preparan para ocupar un lugar en el debe o en el haber, aún para aquellos que nunca hayan sabido nada de estados contables.
Y allí comienzan los cierres… Uno a uno van juntándose los dientes para unir dos partes que parecían separadas, pero que, sin embargo, nacen en el tope inferior, sólo que tomaron por un tiempo caminos diferentes.
Hace 14 años atrás, cuando hacía sólo un par de años que había transitado otros finales, me presenté en el Hospital SAMCo de Chabás, a la espera de habilitar nuevas puertas, abrirlas. Y así fue. Como dice mi amigo Thito: “El maestro llega cuando el alumno está preparado”. Varias circunstancias institucionales y de la vida se conjugaron para que fuese el comienzo de una historia que hoy llega a su fin.
Aún escribiéndolo, no puedo contener las lágrimas como resultado de la catarata de recuerdos que aparecen en mi mente, que golpean, que emocionan, que despiertan y adormecen… Todo así, casi al mismo tiempo, como un video clip.
Personas y palabras, imágenes, abrazos, vida y muerte, dolor y alegría…
Poco a poco, ese espacio desconocido para mí, fue llenándose de afecto, porque se aprende a querer a cada paciente, a esperarlo cada miércoles, feliz de verlos llegar, sabiendo que nos elegíamos mutuamente, y que cada vez que se abría la puerta, me habilitaban la entrada a su mundo, aquel al que pocos teníamos acceso, al mundo de la palabra que nos levaría al encuentro con la verdad.
Pero un día llegó el momento de soltarles la mano, o soltarme de la mano de una grata costumbre de miércoles. Con el mismo temor que da sentir que mamá nos deja solos en el Jardín, con la misma incertidumbre de abandonar a la persona que creímos amar, con el mismo dolor de dar el giro que nos pondrá de espaldas a un universo placentero… o cómodo.
Chabás es para mí el mundo hospitalario. “La psicóloga del hospital”, así me sentí, casi sin nombre propio; por eso a veces dudo si relacionan a la autora de esta columna, con la que se está despidiendo. Y también, la atrevida columnista de este querido periódico, que cada mes me permite plasmar lo que por años fue un cúmulo de ideas, de pensamientos personales, de palabras no escritas.
Es que cada final implica la melancolía de lo que fue, y también, la nostalgia de lo que ya no será: “No hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca, jamás sucedió”, diría sabiamente Joaquín Sabina.
Cuando reflexiono sobre los motivos de consulta, siempre pienso que el desamor es el que todo lo lidera, pero no sólo el desamor entendido como ruptura de pareja, sino como el sentir que ya no pertenecemos a algo o a alguien. Que ya no escribiremos más páginas a cuatro manos, que aquello que considerábamos “nuestro” -por esa característica tan posesiva que tenemos como seres humanos-, ya no lo es.
Por eso un chiste de un paciente chabasense atravesó como un puñal mi narcisismo: “Sí, me enteré que ya no ibas porque te sacaron del cartel que anuncia a los profesionales que atienden en el hospital”. Mi palidez lo llevó rápidamente a desmentirlo, pero ya estaba. El golpe de realidad. Ya no estaré. Al menos allí, ya no estoy.
Los dientes del cierre se deslizan hacia el tope superior. Nos queda este encuentro, el de la palabra escrita. Los espero en el próximo café, abriendo un año nuevo.

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