LOS ALFILES
Por
Garry
El ajedrez es el juego más rico que
conozco. Ocupa la mente de los jóvenes y canaliza su natural empuje, eso que
llamamos inquietud, alboroto o mala conducta. Las figuras de las piezas seducen
a los jugadores y la trama de una partida invita a perderse tras la suerte de ambos
Reyes. Exige voluntad, tenacidad, concentración, preparación y experiencia; excluye
la suerte o los privilegios. Un niño de contextura media puede luchar contra
uno mayor: la fuerza de este deporte radica un tanto más arriba que los
músculos. Los invito a aprender este juego y a practicarlo. Ganarán en él a un
amigo para toda la vida, a una compañía y excusa para distraerse cuando aquella
los golpee.
Hoy les contaré una historia que
explica el movimiento de los Alfiles, piezas estilizadas, sensuales, que en
oriente significó a los oficiales del ejército y en la Europa de la edad media a
los clérigos u obispos, “Bishops”, tal su nombre inglés.
Al comienzo de la partida hay dos
alfiles por bando. En la antigüedad los Alfiles eran hermanos y vagaban juntos
por su mundo, el tablero. Eran muy unidos. Allí donde uno iba, iba el otro. Mellizos
habían nacido y en todo se parecían. Pero un día la discordia zanjó entre ellos.
Todos los hermanos pelean ¿quién no lo
sabe? Pero estos hermanos, más allá de pelearse, se insultaron con ferocidad y
mala estrella porque, su Dios los observaba.
Sintió ese Dios el mutuo insulto como
si a él mismo le hubiera sido proferido y, como todos los dioses, se encolerizó.
Se presentó entonces ante los hermanos y dijo:
-
¡Insensatos! Osaron insultarse y me
insultaron al hacerlo. ¡Ahora los condeno a no verse ya nunca! ¡Tú! -dijo y
señaló a uno de los mellizos- ¡Tú sólo vivirás de día, y tú! –al otro- ¡Tú sólo
vivirás de noche!
Desde entonces, los hermanos deambulan
por el tablero sin hallarse nunca, pues uno camina por las casas blancas, que
son los días, y el otro camina por las casas negras, que son las noches, y por
mucho que se acerquen ya no pueden encontrarse.
Los Alfiles corren por las Diagonales
del tablero, es decir, por las casas de un mismo color. Son dos al inicio de la
partida, el llamado alfil “blanco” y el alfil “negro”. Así, estas piezas son
ejemplo de cooperación, pues cuando de uno careces, quedan débiles sus casas.
Alfil significa “hueso de elefante”.
Todos los que hayan visto una película ambientada en Arabia, habrán visto esas
torres delicadas. El estilo árabe contrasta con el europeo, pues aquellos eran
por naturaleza lúbricos mientras que los nórdicos y latinos eran un tanto… ¿toscos?
Si te fijas, hermosas palabras árabes
yacen en nuestra lengua: aljibe, ojalá, alumbra, aldaba, etc. etc. Las
heredamos de esos nobles que vivieron en Andalucía o Al Andalus.
De hecho, a los pueblos de la arena les
debemos el ajedrez y su notación, el álgebra, la astronomía, la filosofía, la
cartografía, la medicina y todo lo que imagines, pues ellos guardaron el saber
antiguo durante la llamada edad oscura, la cual se inició con la quema de la Biblioteca de
Alejandría (360 d.C.) y se entronizó hasta el Renacimiento (1500 d.C.).
Como ves, el ajedrez acompañó siempre
a los hombres en logros y penurias, y por ello dije que este juego, era un
amigo.
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