HIROSHIMA Y NAGASAKI
Por Sergio Galarza
Isao Takahata es director de cine y se
especializa en animé. El animé es un género artístico que consiste en crear
filmes de dibujos animados. Algo así como lo que hizo nuestro García Ferré,
pero justo lo contrario. García Ferré creó unos dibujos que avalan el orden
liberal (Superhijitus sólo combate el
crimen, nunca la pobreza en la que él mismo vive), la mano dura (“te voy a hacer repimporotear en el calabozo”,
advierte el Comisario cada vez que apresa
a alguno) y las prerrogativas de la riqueza defendida por el gatillo fácil (el
infeliz de Oaky, que ni madre tiene);
el único personaje más o menos humano, Larguirucho,
es un pavote (“jujujajujaju”, exclama,
así lo apaleen o lo alaben). Isao,
por el contrario, y cual su compatriota Hadayo
Miyazaki, exalta la infancia, los seres maravillosos, las leyendas y
tradiciones, y sus más oscuros horrores. Al hacerlo, denuncia la realidad del sistema
dentro del cual nos movemos con la mayor complacencia, así sea que exterminen
un pueblo (el palestino), un país (el haitiano), o dos ciudades en dos segundos.
El 6 y el 9 de agosto de 1945, Hiroshima
y Nagasaki fueron arrasadas por sendas bombas nucleares tan solo para que el estado
norteamericano pudiera decir al mundo: “¿Ven?
Esto somos, esto podemos, y, sépanlo: nunca nadie nos detendrá pues ¡somos el
mal absoluto!”*
En el ‘45, la segunda guerra mundial
estaba terminada, Alemania vencida y ocupada; y Japón, que por falta de bombas
estrellaba sus aviones con sus pilotos Kamikaze contra los destructores yanquis,
era regada cada noche por miles y miles de galones de keroseno que, al arder, la
reducía a cenizas, ya.
La guerra estaba perdida por “los
malos”, dije y así era, pero el presidente del estado norteamericano debía
erigirse por sobre los aliados. Harry Truman tomó la decisión de arrojar sobre
las ciudades japonesas dos bombas basadas en la desintegración encadenada de
átomos de uranio sintetizado.
¿Qué es el uranio sintetizado?
¿Qué es una reacción en cadena?
¿Cómo unos pocos kilos de materia
pueden transformarse en energía suficiente para devastar en un segundo diez
kilómetros cuadrados de edificios, casas, puentes, hospitales, plazas, escuelas
y museos?
Estas preguntas se responden con la
ciencia pero, ¿puede uno hablar de ciencia cuando ochenta mil viejos, mujeres y
niños fueron desintegrados en un segundo, y ciento veinte mil civiles más fueron
muertos por quemaduras y cáncer pocos meses o años después?
En contra de lo que opinó alguno,
sobre que no puede escribirse después del horror, Isao Takahata, con sus hermosos dibujos, pudo contarnos
sobre la muerte llovida del cielo, metáfora de los infiernos en dos segundos, en
su excelente y desgarradora película “La Tumba de las Luciérnagas”.
A 69 años de aquello, aquí estamos,
viendo el tablero de fallecidos en Gaza, avanzar su número cada día.
*
Los milicos de la época, responsables del ataque, declararon que esta era una
medida psicológica contra Japón; que eso era un mensaje, el más concluyente.
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