ESPUMA DE MAR
(Continuación)
Por
Alejandra Tenaglia y Sebastián Muape
21
El
otoño hace oír sus crujidos habituales. Las hojas secas se dejan menear por un
viento suave que, traicioneramente se convierte en ráfaga transportándolas con
vehemencia ora hacia aquí, ora hacia allí, para detener luego su embestida,
depositándolas en el suelo con tanta delicadeza como si fuera una mano las que
hasta allí las guía.
Completamente
vidriado, un bar frente al mar en la orilla oriental.
Juana,
ya pasada la ronda de conferencia, ha pedido su insustituible café con leche y,
mientras pellizca una brillosa media luna, charla con Carla, su amiga
santafesina que ha ido a parar al país comandado por “Pepe” Mujica, después de
casarse con un arquitecto uruguayo.
-
¿Sabés
que no me acostumbro a que seas famosa?... No sé, te veía ahí, hablando, y… -a
Carla se le llenan los ojos de lágrimas, toma aire y sigue- Estoy muy orgullosa
de vos Juana –sonríe, le toma la mano y le vuelve a decir- Muy orgullosa.
Algo
parecen apretar esas palabras. ¿Los días compartidos en el secundario al que
Carla ingresó a mitad de primer año, sin conocer a nadie, con cara de pichón
asustado y familia recién separada? ¿Las excursiones juntas por las sierras,
absorbiendo a bocanadas el aire de montaña, la adolescencia y el futuro al que
empapelaban con sueños grandiosos? ¿El distanciamiento que en vez de aflojar el
vínculo lo tensó aún más, cuando Juana se instaló en Córdoba capital en un
viejo hotelucho que asemejaba a una pensión, al que Carla entraba siempre un
poco temerosa, no sólo por las paredes amarillas descascaradas sino por los
desclasados que surcaban los pasillos y las escaleras interminables? ¿O esas
lágrimas venerarán alguno de los muchos momentos vividos ya en Buenos Aires,
donde el destino las volvió a reunir, Carla para estudiar Diseño de Zapatos
después de un recorrido truncado por distintas universidades, y Juana con su
segundo libro bajo el brazo y con la posibilidad de firmar su primer gran
contrato editorial? Bulimia nerviosa, por un lado. Amores frustrados, por el
otro. Reconversiones. Maderos. El tiempo haciendo su infinito trabajo. Carla
conoció al hombre que define, como “lo mejor que le pasó en la vida”; pudo
encauzar sus manos y sus ideas y ponerse a trabajar duro en el calzado, sin
dejar de correr cada tanto a los brazos de su marido, para llorar abiertamente
penas que no explicaba. Salvo a Juana. Ante ella desaparecía también el pudor
con las palabras. Es que su amiga tenía esa mirada que parecía entenderlo todo.
Eso mismo le decía cada tanto, y Juana sonreía, “ojalá amiga, ojalá”,
contestaba. Porque por su lado la cosa tampoco había sido sencilla; intentos
que no, ilusiones desbaratadas apenas habiendo sido minuciosamente labradas, la
lejanía de la familia, la soledad que implicaba y requería su trabajo, la
distancia que imponía el solo hecho de ser escritora tanto por respeto como por
ser considerado un oficio de chantas, su imposibilidad de permanecer mucho
tiempo en un mismo lugar, su afán de ir hacia adelante acompañado de un vértigo
constante, la asimilación del sexo como un placentero arte que se animó a
disfrutar más allá de prejuicios y sin necesidad de violines siempre sonando en
el fondo del cuarto.
Todo
ello pudo estar presente en el llanto contenido de Carla, cuando apretaba la
mano de Juana e insistía:
- …muy muy orgullosa…
- Bueno, terminala Carla, ¿o me querés
hacer llorar?... Te estás poniendo vieja y melancólica. Dejame de joder –hizo
una pequeña pausa y aprovechó la ocasión para contarle en persona lo que
llorando y a borbotones le había narrado por teléfono. El abandono de su pareja
derivó en el viento rompiendo su ventana; de allí pasó al bombero; y del traje
azul, al bar, la camisa- …y un perfume que cierro los ojos y me parece que lo
vuelvo a sentir…
- Siempre lo dije, sos como los
animales. Machos, como los animales machos. Y a mí no me vengas con metáforas,
te lo querés comer. Me parece bárbaro, un bombero hay que probar. Una no se
puede morir sin probar un bombero…
Juana
ríe a carcajadas. Carla habla moviendo mucho las manos, sus pulseras tintinean,
sus pestañas engrosadas van y vienen imprimiéndole a las frases la seriedad de
quien está definiendo el futuro de la nación.
- …no, no; no lo toco ni loca –dice
Juana.
- ¿Pero por qué? ¿Es casado?
- No. Es bueno. Me parece que es buen
tipo. Y no le quiero hacer mal…
- ¡Ay Juana, terminala con esas pavadas!
¿Por qué le vas a hacer mal? ¿Quién sos? Sos una hermosa mujer, que está sola,
inteligente, independiente… Está bien, sos un poco rayada, pero… ¿quién no?
- No es que me preocupe cómo soy yo
–responde Juana, mirando fijamente el mar-, la verdad que a esta altura, te
diría que me acepto. Pero… te soy sincera, lo que no quiero es volveeer a
conocer a alguien, en realidad, la parte fea de alguien. Porque todos la
tenemos, siempre va a haber cosas que no nos gusten del otro, pero yo no me
banco ese trayecto del descubrimiento. Es más, me resulta insoportable el solo
pensar en…
- Pará –la interrumpe Carla- ¿Nunca
reparaste en la posibilidad, de que esa “parte fea” que decís que todos
tenemos, y que es verdad, no te lo voy a negar, sea en alguien de una clase que
no te pese? No sé si me explico… Es decir, ves esos errores que taaaanto te
atormentan –explica Carla-, pero esos, justo esos, los que tiene esa persona,
no te resultan insoportables… No sé, yo en tu lugar, me dejaría sorprender un
poco más –Juana la mira con atención, como niño en el primer banco de escuela-.
Pensalo amiga –agrega Carla-, por lo menos date esa oportunidad.
22
Blas
no es un gran lector. Lejos de serlo, hace años que no toca un libro, salvo los
que le obliga su actividad en el cuartel, donde se capacita permanentemente.
Cuando tenía veinte años, se interesó por la Historia y las gloriosas gestas de
algunos de los personajes que ornamentan billetes. Ahora está redescubriendo la
sensación de tener una novela en las manos y cuánto eso lo regocija y lo
transporta. Había sufrido profundamente en quinto grado con “Mi planta de
naranja-lima” y ese es el amargo primer recuerdo que tiene de haber terminado
un libro.
Tácitamente
asumió un compromiso con Juana, leerla. Considera que es una forma de entender
su mundo y las estructuras de sus pensamientos. Le fascina la idea de poder
discutir con la escritora, las soluciones o no de las vicisitudes de los
personajes. Se pregunta a cada momento si verdaderamente ella actuaría tal y
como lo describe en esas páginas. Aún no puede discernir si le interesa más la
trama o las manos que la tramaron, pero de todas maneras lee de continuo casi
con voracidad. La foto de Juana en la contra solapa, es paso obligado para los
ojos del muchacho cada una de las veces que cierra el libro. Se la ve casi de
perfil, mirando por una ventana, tiene lentes de aumento y una camisa clara con
cuello abierto. Una correcta mezcla de sensual intelectualidad con un leve
sesgo varonil.
A
medida que avanza en la lectura, se da cuenta de que puede usar la voz de Juana
para que ella misma le vaya narrando la novela. Hasta la escucha reírse cuando
alguna situación lo detalla. Es un ejercicio alucinante que lo mantiene más
tiempo leyendo del que hubiera imaginado y también lo mantiene más tiempo del
que hubiera imaginado pensando en ella. La siente cercana y confidente,
expuesta y vulnerable. Se pregunta si algunos pasajes son autobiográficos, si
lloró esas penas y usa la escritura para compartirlas.
Ya
pasaron casi dos semanas desde la noche del bar y él no para de pensar en cómo
reaparecer sin molestarla, buscando la manera de capitalizar aquel: “…a la
vuelta vemos…” La imagina dedicada todo el tiempo a su actividad profesional, y
aun así, él, desde la periferia de sus días de escritora nómade, juega su
carta. Le agradece al viento aquel, destructor de ventanas, el hecho de tener
el celular de Juana. Se decide a enviarle un mensaje de texto, pero antes
piensa: “qué le escribo a esta mujer, es como querer sorprender a un chef con
un pancho, tengo que ser breve y directo; bala de plata”, concluyó convencido. Entonces
puso:
“Un pancho para Mallmann”.
Pensé en ser original e interesante
pero cambié de opinión.
Quiero volver a verte.
Blas
(Continuará…)
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