MISHA TAL
Por Garry
Mijaíl Tal tenía 23 años y había
ganado el Torneo de Candidatos, cuando dijo: “mi cabeza está llena de sol”; era por entonces 1959.
Misha quiere decir Miguelín o
Miguelito, es forma cariñosa del habla rusa para dirigirse a quien se llame
Miguel. Para los progres de más de cuarenta años, Miguelito remite al personaje
de Quino, compañero de Mafalda, siempre preocupado por su futura adultez.
Nuestro Misha nunca demostró tales preocupaciones; en cambio, mostró despreocupaciones Tales, las cuales le
hicieron único. Afable, conversador, alegre, querido como pocos, Misha nunca supo
conducir y jamás aprendió a manejar el dinero; cuando logró el título le
adjudicaron un 0 km que regaló esa misma tarde como quien regala una birome.
¿Cómo imaginar a un hombre en la cima del mundo que reniega de los símbolos
máximos del sistema: los autos y el dinero? ¿Cómo imaginar a un campeón mundial
ganando millones de pesos para dejarlos olvidados en un saco, en un hotel, en
un autobús, como le pasó decenas de veces?
Si Mijaíl Botwinik -su antecesor, a
quien nadie sintió necesidad de llamar Misha- fue símbolo del poder de la
voluntad, del antecedente escrito y del sistema dominante; Misha fue libertad
absoluta, improvisación incisiva y díscola aventura. Botwinik era campeón, comía
frugal, hacía deportes y estudiaba con tesón; Misha era un don nadie, fumaba,
bebía y jugaba blitz en bares de mala muerte hasta el amanecer. ¡Lo siguió
haciendo una vez coronado! (Blitz es ajedrez relámpago, Tal jugaba con un
minuto para su partida contra cinco para los rivales.) Mientras Botwinik vivía
su sueño de campeón en lo alto de la montaña, retraído como un dios a quien
pocos veneran; en el valle, junto a los hilos cristalinos, rodeado de doncellas
y de ninfas, saltando y cantando como un fauno, nuestro Misha derrotaba rival tras
rival, acompañado por centenas de aficionados.
Tal torneo… Misha campeón; tal rival
encumbrado… Misha campeón. Se habló de un fenómeno. Botwinik le odió incluso
antes de conocerle pues lo que este pibe puso en duda al ascender tan rápido y
sin método, fue la estructura misma de su ser y no sólo la corona, la cual le hurtó
sin respeto mediante sus consabidas jugadas “malas”.
El neófito dirá: con jugadas malas
nadie puede ganar. La cuestión es: las jugadas de Misha, siempre complejas, sólo
eran malas después de horas de
análisis que nadie podía invertir sobre la partida viva. De modo que sus
sacrificios (entrega de pieza sin objeto aparente o real) consternaban a los
maestros, los sumían en el desamparo y el temor de ser uno más en la lista de
los derrotados mediante un blef o un error: “Este
muchacho es un Gánster del tablero”, dijo Vasily Smislov después de una
derrota.
El Genio estaba en lo alto y no quedó
durante su reinado sino entregarse y verlo reír inmerso en volutas de humo, reír
entre reyes muertos con la voz cascada por el alcohol, hasta que la parca nos
lo llevara a los 56 años de edad.
Querido Misha, nunca nos agotan tus
partidas, siempre reímos con ellas y, cuando jugamos, soñamos con imitarte.
Misha, gracias por haber vivido.
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