“LA
PASIÓN SEGÚN TRELEW”
Por
Julieta Nardone
“Cuando
un Estado elige el lenguaje del terror, destruye todo lo que le da fundamento
(instituciones, valores, proyectos de futuro) e impregna de incertidumbre la
vida de los ciudadanos”. Estas palabras de Tomás Eloy Martínez
(1934-2010) le costarían un cargo en el semanario donde trabajaba. Ante la
prensa general, su voz desafinó como un
solo de batería en un entierro de angelitos. Poco después, saldría a la luz
su obra “La pasión según Trelew”
(1973, Granica) donde echaba mano al género de no-ficción para instalar un duelo de versiones narrativas. A
partir de sucesos trágicos en nuestro país, la necesidad de refutar la versión
del Estado afirmó la posición del periodista y escritor tucumano, por entonces
desempleado, aunque con la libertad intelectual y la vocación de justicia
intactas.
Los dos hechos que urde la trama de este libro permanecieron
por largas décadas como puntos ciegos de nuestra historia, hasta que hace
apenas dos años, más puntualmente en octubre del 2012, un tribunal civil en la
provincia de Chubut resolvió condenar a cadena perpetua a los responsables
directos de este crimen de lesa humanidad: ex capitanes de fragata Emilio Del
Real y Luis Sosa, y al cabo Carlos Marandino.
El primer (violento, injusto, infame, triste) episodio
desata al segundo. El 15 de agosto de 1972 un grupo de presos políticos tomaba desde
adentro el penal de Rawson con el propósito de intentar una fuga en masa. Ese
día, seis de las figuras más temibles (Santucho, Osatinsky, Vaca Narvaja,
Gorriarán Merlo, Quieto y Mena) para el gobierno de facto de Lanusse, lograron
huir hacia Chile en un avión secuestrado. Gran parte de los presos tuvieron que
volver a sus celdas sin haber llegado a franquear los muros del tétrico lugar. “Una sola de las señales fracasó y todo se
vino abajo como un castillo de naipes”. Otro grupo, en cambio, llegó tarde
al aeropuerto y resolvió entregarse, no sin antes pedir garantías frente a la
prensa y un juez. Días después, el 22 de agosto, serían fríamente fusilados.
Tres de esos jóvenes lograrían escapar a la muerte para relatar y pulverizar
los comunicados oficiales que buscaban legitimar esta aberración como un falso
intento de fuga.
El segundo episodio, también rescatado del
olvido, es el levantamiento de gran parte de los pobladores de Trelew contra
ese mismo poder militar. Habían podido contener a duras penas la rabia y el
dolor después del fusilamiento de aquellos jóvenes, pero cuando en octubre de
ese mismo año arrestaron a casi una veintena de vecinos bajo sospecha de
vulnerar el orden y la seguridad, la población patagónica
se movilizó como nunca en su vida civil aletargada.
La
realidad es la única verdad, dictamina un general. La verdad es la única realidad, subvierte un poeta. Eloy Martínez,
en las orillas de la literatura y la crónica, nos brinda testimonios,
declaraciones, conferencias de prensa, expedientes judiciales, planos...
Justicia histórica. Pero no olvidemos que en la literatura -dicen- el todo es
más que la suma de las partes. Justicia poética.
El escritor, consciente de que su libro
significaría ante todo un asunto de verdad histórica, se valió de la potencia
de la representación literaria. Esta dialéctica persigue llenar, de alguna
manera, los vacíos de la historia con los ecos de la denuncia: “Algunos soldados los ensartaban con las
bayonetas… Nada tenía sentido. Diana miraba con el pensamiento un mundo que no
se sabía pensar. Se oyeron otras ráfagas a lo lejos. El mar lamía las botas de
los soldados pero el aire estaba quieto”.
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