Directo al corazón Noviembre


DE LA NOCHE, AL DÍA…

Por Alejandra Tenaglia

Esta historia bien podría ir, además de en esta sección dedicada a los enredos del corazón, en aquella que titulábamos Demoliendo mitos. ¿O es que no han escuchado o afirmado alguna vez: “no es en un boliche donde voy a conocer al amor de mi vida”? Es sabido que Cupido es un travieso niño con la habilidad suficiente como para colarse en cualquier lugar, y sabido también es que la realidad logra con facilidad librarse de las máximas a través de las cuales los humanos intentamos determinarla. Así es que nuestros protagonistas de la presente edición, se conocieron hace 13 años y dos meses, en un sitio bailable. Ella frecuentaba el lugar, con su grupo de amigas; él trabajaba allí, atento a cualquier disturbio que pudiera alterar el ritmo habitual de la noche. Sábado tras sábado, durante dos meses, la cita se repitió sin previo ni expreso acuerdo. Tampoco sin intención de algo más que una incipiente amistad, según afirma la dama, a quien no le gustaba bailar y por ello pasaba sus noches de salida, charlando junto al bafle, con el fornido muchacho. Pareciera ser que él, sintió algo más vehemente que la intención de una incipiente amistad; por ello, después de valerse del más tradicional recurso para llegar a una mujer –esto es, los datos que puede proporcionarle una de sus amigas-, se aventuró al pueblo donde ella vivía, a pleno día, con la excusa de un obsequio. Y a pesar de que en esa ocasión, sólo logró conocer a quien sería su suegra -porque la agasajada no estaba en su casa- lo que sí logró fue dejar en evidencia un interés que -a la luz del tiempo transcurrido, lo podemos afirmar- iba mucho más allá de lo que ninguno de los dos pudo imaginar.
Ella tenía por entonces 23 años, él 26; vivían y trabajan en localidades distintas, pero las visitas se sucedían. A la noche se incorporó la tarde, a la tarde la mañana, y cuando se dieron cuenta, la convivencia estaba allí con toda su contundencia. No es esto ajeno a la naturaleza con la que el amor opera ni al latido con el que suele imprimir los días, incluso más allá de las decisiones conscientes que los implicados puedan tomar.
Al año de estar conviviendo, ella quedó embarazada de la niña que hoy tiene 11 años. Cinco años después llegaría la segunda pequeña, casi por imposición de nuestra protagonista, que no quería que su primogénita careciera del maravilloso vínculo que gesta la hermandad.
Él, ya lejos de los boliches, se dedicó al manejo de un camión que lo apartaba de su casa semanas enteras. Así, como un largo noviazgo, ocurrieron 9 años. Hasta que recientemente, decidieron priorizar el bienestar afectivo familiar. Él abandonó el volante para ser operario en una empresa local. Rodeado de su mujer y sus niñas, va conociendo más de esa rutina que ellas compartían diariamente. La mecánica interna del hogar, va reacomodándose. Ella aporta su paz interminable, él su inquietud constante. Ella camina la realidad, él extiende su imaginación hasta las nubes y más allá. Ella estudia los pros y contras de toda situación antes de tomar cualquier decisión, él lleva a cabo lo que se propone aunque deba para ello atravesar un desierto en pleno verano. Ella aporta sobriedad y desempeña con facilidad su rol de “seria”, él demuestra sus sentimientos sin pudor ni obstáculo alguno a su espontáneo y genuino modo de andar.
El amor, este amor. Este amor que pasó de la fantasía de la noche bolichera a la tangibilidad del sol a pleno día. Que iluminó penumbras dispares, privadas, anteriores, singulares. Que los unió, complementándolos como lo hace la noche con el día y el día con la noche. Dos partes indivisibles de una misma jornada. Quizás del mismo modo, se necesiten nuestros enamorados de hoy; ni más ni menos que, para poder ser en plenitud, quienes intrínseca y esencialmente, son…

    

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