Derechos ¿ignorados?


CUANDO VIAJAR, NO ES UN PLACER…

Por Hugo Perilli

hugon2003@yahoo.com.ar

Días pasados, una persona con discapacidad motriz, a quien en adelante llamaremos X, debió viajar a Rosario por razones de salud. Para ello utilizó los servicios de una empresa de colectivo que pasa por Firmat, ciudad donde esta persona sube. El coche presentaba problemas, cada 5 ó 10 minutos debía detenerse porque el motor levantaba temperatura. Llegando a una localidad intermedia, X tuvo necesidad de miccionar. Se lo comunicó al conductor quien gentilmente se detuvo en el parador. Un pasajero acompañó a X hasta el baño. La silla de ruedas se encontró con que no había rampas de acceso, una puerta angosta, sillas y mesas que obstruían su paso, un sanitario bastante limpio, pero inadecuado para un discapacitado. X con mucho esfuerzo, pudo llegar hasta al inodoro. Luego, con la colaboración y solidaridad del pasajero y otros ciudadanos, se dirige al coche, el cual, pese a la buena voluntad del chofer, continuaba con serios problemas, por lo cual decidió cambiarse al que venía pocos minutos detrás, con el que logra llegar a la terminal de ómnibus de Rosario, un poco más tarde de lo previsto.
Desde allí piensa dirigirse en taxi, al nosocomio en el cual se atiende. Para a uno, a otro y  a otro, de los tres recibe la misma respuesta: “che pibe, buscate otro que tenga el baúl mas grande, yo tengo gas, no me cabe la silla”. X pensó ya no esperar más, decidiendo tomar un colectivo urbano. Fue hasta la parada. Justo llegaba uno, cuando abrió su puerta X pidió subir por la rampa destinada al ascenso de personas que se desplazan en sillas de ruedas. El chofer con una sonrisa, amabilidad y costumbre, le dijo: “pibe, la rampa no me anda, si la despliego se me traba el coche. Subí por adelante”. X, ayudado por solidarios, subió por adelante. El primer asiento estaba disponible. Plegaron su silla colocándola detrás del asiento del chofer. X llegó a su lugar de atención y alegre como de costumbre,  esperó ser atendido.
El profesional que supervisa su rehabilitación, lo estimuló a seguir como lo viene haciendo: “venís progresando muy bien, mejor de lo esperado”. Alegre también por este estimulo, salió del nosocomio listo para regresar a casa con la buena noticia. Nuevamente y para no recibir otra vez simpáticos “noes” de taxistas, se dirigió a la parada de colectivos. Este coche no tenía rampas de acceso. Igualmente preguntó: “¿me llevás?” La respuesta fue: “sí, si podes subir sí”. Otra vez solidarios lo ayudaron. El chofer le indicó que coloque su silla de ruedas al lado del asiento donde iba sentado. X, para evitar movimientos de la misma, colocó frenos en ambas ruedas y sostuvo la silla con su mano izquierda. En el trayecto hasta la terminal de ómnibus, el chofer frena bruscamente a la vez que abre la puerta, para que descienda un pasajero. La silla de ruedas de X sale despedida y va a dar contra el pavimentó. El chofer se baja y la sube. X comprueba que uno de los apoyapiés está quebrado y el otro maltrecho. Ya frente a la terminarl, el chofer colabora en bajar la silla de ruedas. Al querer abrirla, nota que no se podía. Hubo que forzarla en demasía para ubicar la guía, la fuerza la pusieron el chofer y algunos otros solidarios. Solucionado “el problema”, decide ir al baño. Al ingresar al sanitario de la terminal de ómnibus de la segunda ciudad del país (baño que no está adaptado correctamente, con un piso no del todo limpio, inodoro chico y tambaleante que se mueve cada vez que alguien se sienta), una persona que allí siempre está, joven, corpulento, al ver a X expresa: “¡Uh! ¡Otra vez este!” X, cansado de la frecuente conducta de esta persona, pregunta con enojo: “¿Qué le pasa a este muchacho?” Una persona de allí, tratando de disimular la situacion, explica que este muchacho “no está bien”, señalándose la cabeza.
Al ir a tomar el ómnibus que lo trae de regreso a Firmat, el maletero pretende plegar la silla de ruedas, comprobando que no se puede, debido al deterioro que sufrió en sus apoyapiés. 
Mi pregunta es: ¿qué sintió X ante todas estas vicisitudes, que en el fondo esconden no sólo incumplimiento de legislación vigente sino también cierta agresividad enmascarada de normalidad resignada? Podría hacerse un reclamo ante la comuna del pueblo intermedio, otro ante la municipalidad de Rosario porque los taxis son un servicio público, otro ante la empresa de micros de Rosario o el ente municipal que las regula, otro ante la empresa concesionaria de la terminal de ómnibus de Rosario, otro ante el Inadi, y otro y otro. Y la sociedad que mira sin ver, ignorando tal vez.
Los que tienen poder para difundir y hacer que se cumplan los derechos de las personas con discapacidad, seguramente deben conocer estas situaciones que no sólo le ocurren a diario a X. ¿Cómo podríamos colaborar para que estos hechos no se repitan en su cantidad, agresividad y desconsideración?
El sentido común, puede muy bien acompañar a la legislación vigente.

                                                                   

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