“LA
PARTE DE LOS ÁNGELES”
Por Lorena Bellesi
bellesi_lorena@hotmail.com
Los
herederos no eligen su legado, obtienen por testamentos dictados por otros, por
ADN filial, incluso por ósmosis, un cúmulo de elementos variables que incluye
por igual fortunas, deudas, temperamentos, apariencias. En esta oportunidad, el
protagonista de la película La parte de
los ángeles (“The Angels' Share”),
un joven escocés de complicado presente, ha sido gratificado con una
indeclinable dote: un par de enemigos que se la tienen jurada. Preponderando un
enfoque agridulce, el director británico Ken Loach reconstruye una historia
actual de segundas (o primeras)
oportunidades, la vida de Robbie
(Paul Brannigan, sensacional debutante) es muy parecida a la de muchos otros
jóvenes, a quienes les cuesta encontrar su lugar en una sociedad que los
etiqueta y los excluye. Carente de hogar, trabajo o pertenecías materiales,
superpone esas ostensibles privaciones con un prominente historial de
reacciones violentas y agresivas, de las que no está orgulloso. Atrapado en una
rivalidad estúpida y desactualizada, precisa cambiar lo antes posible ya que
acaba de convertirse en padre, en un devoto padre.
Desde que vino al mundo, Robbie, no la tuvo fácil, su rostro cicatrizado lleva las marcas de
un pasado brusco, pero su intensa mirada celeste es la constatación de un
futuro prometedor, distinto. Continuamente recibe de los demás insultos feroces
hacia su persona, “maldito desperdicio de
espacio”, le llega a decir su suegro, quien lo quiere lejos de su hija. En
el marco de esta sofocante situación, comienza a cumplir sus horas de servicio
a la comunidad que un juez le asignó. Allí conoce a Harry (John Henshaw), un amistoso, paciente y comprensivo
coordinador que lo iniciará en un mundo cautivante y desconocido: la
degustación de whisky. El disfrute es total, Robbie es un innato y exquisito catador de esta bebida tradicional
escocesa, los aromas que desprende, los sabores paladeados hacen volver a él
recuerdos entrañables, cierta paz lo invade. De pronto convergen en un mismo
escenario el sugestivo mundo de coleccionistas sibaritas de esta infusión,
dispuestos a pagar enormes cantidades de dinero por una botella exclusiva, con un
puñado de “desacatados” y rústicos muchachos. Entre tanta hostilidad y revés, lo
poético inesperadamente se hace presente a través de plácidas vistas por
tradicionales destilerías, o en el intento por interpretar en el saboreo de
algún whisky palabras tales como: “Estalla
la sensibilidad de la oscura maleza de los tiempos pasados. Los aromas húmedos
y oscuros, aromas de antaño que soplan alrededor nuestro”. Desopilante
secuencia.
La parte de los ángeles es una
película deliciosa. Exhibe una bella fotografía que retrata las afueras
achatadas de Glasgow, contrastando con un fondo de altos edificios modernos. La
cámara también se aleja de la ciudad, y con entusiasta melodía, recorre los
preciosos paisajes de las altas tierras escocesas, pincelados por una cantidad
casi infinita de variedades de verdes posibles, que acogen añejas
construcciones grises de piedra. Hay esperanzas para Robbie, hay amigos compinches, hay gente que empieza a creer en él.
Especialmente, está Leonie, su novia,
una joven adorable que lo ama profundamente. De ese amor incondicional nace Luke, y un sinnúmero de conductas
típicamente maternales: proteger, abrigar, acompañar, enseñar, ayudar… Irrenunciables
deberes cumplimentados con espontánea pasión por todas las madres, mujeres que
se hacen a un lado y dejan que sus hijos vuelen, pero no solos. Feliz día a
todas ellas.
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