¿Qué elijo cuando elijo? - Octubre 1º



Guillermo E. Mermoz

Se acercan las elecciones. En cada punto de reunión, se reproducen resultados de encuestas, perfiles de candidatos. Se oyen comentarios de chicanas, vendettas, acusaciones. Claro está que, en todo relato, la ideología trasluce. Incluyendo este texto. En mayor o menor medida, cada persona está atravesada por una forma de pensar, de ver la vida. Podemos verla como un negociado, una sumatoria de inversiones y resultados financieros, una lucha constante y cotidiana, una epopeya. Obviamente, esas posiciones finalmente son las que nos predisponen a hacer elecciones -si se acepta la redundancia-  en los comicios. De fondo cada uno está reproduciendo en este acto, la posición que ha asumido en su vida. Un criterio bastante común, es el voto a la persona. Hacemos la simple presunción, de que alguien de una moralidad que aprobamos (en realidad, que compartimos), es la mejor alternativa para dirigirnos. Alguien benévolo a nuestros ojos, es, entonces, por esa propia condición, un potencial buen gobernante. La lógica transitiva de que alguien honesto, trabajador, recto, será un gobernante honesto trabajador y recto, parece superficialmente monolítica. Aunque inicialmente tiene rasgos de veracidad, esta forma de entender una elección no tiene en cuenta el entorno que puede generar el poder, corrompiendo lo incorruptible. Y algo más apreciable, aunque no exclusivo de  elecciones nacionales o provinciales: ¿cómo podemos conocer a una persona que vive a cientos de kilómetros, con la que nunca hablamos? Tendremos la imagen que el  publicista de campaña quiere que veamos. Incluso conoceremos a aquel que tenga los recursos monetarios que requiere hacerse conocer. Y yendo más allá aún, quien contrate más espacios en los medios y condicione así la independencia del mismo a los ingresos por pauta publicitaria, contará con que el medio que aceptó “jugar” de ese modo, a su vez oculte o muestre virtudes de acuerdo a las conveniencias. Ejemplo: los analistas políticos atribuyen la buena performance de Francisco De Narváez en las elecciones legislativas de 2009, en parte, a su aparición en un programa de televisión de audiencia masiva.
En elecciones como las locales, en pueblos pequeños como el nuestro, el conocimiento del candidato a priori es un elemento influyente. Junto a otro factor, de proximidad, donde ese candidato puede ser vecino, amigo, hincha del mismo equipo, padre del amigo de mi hijo, y un largo etcétera. Se asume que el candidato cercano a alguno de nuestros círculos, es el óptimo. Y podría haber algo de veracidad en torno a esto. Aquellos con los que compartimos valores, intereses, cercanías; con los que tenemos círculos comunes, de hecho serían los ideales para gobernarnos anosotros”. Pero, ¿debemos elegir de acuerdo a lo que “nosotros” necesitamos, o de acuerdo a lo que sería mejor para un pueblo, una provincia, un país? No sé, lo planteo. Y el partido al que el candidato pertenece, con su recorrido histórico o no, ¿es importante? Y el proyecto o plataforma, ¿nos detenemos a estudiarlo?
El mismo acto de votar, es una elección. El no hacerlo, también es una elección. Son posiciones, ambas igualmente respetables. Lo que es innegable, es que independientemente de los motivos que nos movilicen y de que incluso, muchas veces, creamos estar prisioneros de un sistema perverso, optar, elegir, es un privilegio. Levantando una mano en una asamblea, en una elección de delegados gremiales, tildando un casillero o introduciendo un sobre. Poder darnos el lujo de cualquiera de esas formas, ha costado en este país algo de tiempo, y demasiada sangre. Por ello quizás, merezca este texto de pensar la elección, antes de la elección.

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