La casa - Octubre 1º



Por Verónica Ojeda / Téc. en Parquización Urbana y Rural
veronicaojeda48@hotmail.com

De visita en la casa de una amiga, en un campo de la provincia de Buenos Aires, enclavado en un pueblito cerca de Tandil, la primavera ya había dado sus primeros indicios, y el sol calentaba ese día lo suficiente, como para una caminata charla de por medio. Pampa ondulada.
Me puse el atuendo adecuado para la ocasión y la cámara me acompañó una vez más.
El tramo de pueblo era corto, por lo que a las seis cuadras de tierra encontramos el cartel: “fin de zona urbana”, en realidad ni hacía falta la aclaración.
El camino comenzaba a encresparse y luego de ponernos al día y prodigarnos unas cuantas risas, comencé a hacer algunas preguntas con respecto a ese paisaje que hoy me recibía, tomé algunas fotos de ejemplares desconocidos, pasturas, piedras.
A lo lejos, en el medio de la nada misma, se divisaba una construcción alta que llamaba la atención, apuramos la marcha porque mi ansiedad no podía esperar más.
Lo que para mí era un hallazgo, formaba parte del pasaje diario de los campesinos.
Al llegar me encontré frente a una gran casa de estilo francés, dos plantas, tejas oscuras, paredes blancas, amplios ventanales por debajo y un trío pequeño por arriba que señalaba un desván.
A los alrededores, las enredaderas cubrían parte del frente y costado de la casa como abrazándola, unos cuantos arbustos delataban un jardín que alguna vez había sido, algunos copones con tierra dura y pintura descascarada contaban de lo que en su momento había florecido en sus adentros.
Me atreví a recorrer el perímetro y encontré en la parte trasera las ruinas de una atractiva fuente, que imagino en su momento de esplendor cubierta de agua y hasta puedo entrever algún rostro bello reflejándose en ella.
Festival de fotografías. De pronto descubrí  una puerta de madera medio rota, por la que vi que mi cuerpo podría pasar, y así lo hice.
Allí estaba lo que seguramente había sido la cocina -algunos azulejos rotos me lo corroboraron-, muebles y mármoles envejecidos llenos de polvo; un sillón de terciopelo con capitone o lo que había quedado de él, en la sala; increíbles pisos con enormes dibujos que lo hacían importante; la escalera y hacia arriba las habitaciones. No salía de mi asombro frente a  tanta belleza abandonada. Entré a uno de los cuartos y recorrí cada metro tratando de recrear una escena, alguien mirando por la ventana, una risa, un llanto.  Me quedé impávida por unos minutos hasta que el aleteo de una paloma me despertó del cuento, me asusté y bajé corriendo hasta donde estaba mi amiga esperándome, paciente sobre el césped cálido.
Le pregunté el porqué de esa casa tan bella abandonada allí en el medio de la nada… Así supe que nunca nadie vivió allí, la casa fue construida para ser habitada por un terrateniente francés, que iba a casarse con una joven de Buenos Aires, pero esta enfermó y murió antes de que la boda se llevara a cabo. El hombre, muy triste, jamás pudo vivir allí y todo quedó abandonado a la espera de que algún heredero se apiade de ella y le devuelva la vida.
A mi regreso fui a la ciudad. El revelado me devolvió imágenes inolvidables de aquella construcción, sobre todo la que tomé de la habitación de arriba… Y allí estaba lo que imaginé ese día, una fina silueta de mujer, mirando por la ventana.

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