Por Verónica Ojeda / Téc. en
Parquización Urbana y Rural
veronicaojeda48@hotmail.com
De visita en la casa de una amiga, en un
campo de la provincia de Buenos Aires, enclavado en un pueblito cerca de Tandil,
la primavera ya había dado sus primeros indicios, y el sol calentaba ese día lo
suficiente, como para una caminata charla de por medio. Pampa ondulada.
Me puse el atuendo adecuado para la
ocasión y la cámara me acompañó una vez más.
El tramo de pueblo era corto, por lo
que a las seis cuadras de tierra encontramos el cartel: “fin de zona urbana”,
en realidad ni hacía falta la aclaración.
El camino comenzaba a encresparse y
luego de ponernos al día y prodigarnos unas cuantas risas, comencé a hacer
algunas preguntas con respecto a ese paisaje que hoy me recibía, tomé algunas
fotos de ejemplares desconocidos, pasturas, piedras.
A lo lejos, en el medio de la nada
misma, se divisaba una construcción alta que llamaba la atención, apuramos la
marcha porque mi ansiedad no podía esperar más.
Lo que para mí era un hallazgo,
formaba parte del pasaje diario de los campesinos.
Al llegar me encontré frente a una
gran casa de estilo francés, dos plantas, tejas oscuras, paredes blancas,
amplios ventanales por debajo y un trío pequeño por arriba que señalaba un
desván.
A los alrededores, las enredaderas
cubrían parte del frente y costado de la casa como abrazándola, unos cuantos
arbustos delataban un jardín que alguna vez había sido, algunos copones con
tierra dura y pintura descascarada contaban de lo que en su momento había
florecido en sus adentros.
Me atreví a recorrer el perímetro y
encontré en la parte trasera las ruinas de una atractiva fuente, que imagino en
su momento de esplendor cubierta de agua y hasta puedo entrever algún rostro
bello reflejándose en ella.
Festival de fotografías. De pronto
descubrí una puerta de madera medio rota, por la que vi que mi cuerpo podría
pasar, y así lo hice.
Allí estaba lo que seguramente había
sido la cocina -algunos azulejos rotos me lo corroboraron-, muebles y mármoles
envejecidos llenos de polvo; un sillón de terciopelo con capitone o lo que
había quedado de él, en la sala; increíbles pisos con enormes dibujos que lo
hacían importante; la escalera y hacia arriba las habitaciones. No salía de mi
asombro frente a tanta belleza
abandonada. Entré a uno de los cuartos y recorrí cada metro tratando de recrear
una escena, alguien mirando por la ventana, una risa, un llanto. Me quedé impávida por unos minutos hasta que
el aleteo de una paloma me despertó del cuento, me asusté y bajé corriendo
hasta donde estaba mi amiga esperándome, paciente sobre el césped cálido.
Le pregunté el porqué de esa casa tan
bella abandonada allí en el medio de la nada… Así supe que nunca nadie vivió
allí, la casa fue construida para ser habitada por un terrateniente francés, que
iba a casarse con una joven de Buenos Aires, pero esta enfermó y murió antes de
que la boda se llevara a cabo. El hombre, muy triste, jamás pudo vivir allí y
todo quedó abandonado a la espera de que algún heredero se apiade de ella y le
devuelva la vida.
A mi regreso fui a la ciudad. El
revelado me devolvió imágenes inolvidables de aquella construcción, sobre todo
la que tomé de la habitación de arriba… Y allí estaba lo que imaginé ese día,
una fina silueta de mujer, mirando por la ventana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario