13 DE OCTUBRE
Por
Carina Sicardi / Psicóloga
Cada amanecer indica un comienzo. Se
esfuman los fantasmas de la noche que conviven con nuestros miedos, la
oscuridad como negra compañera envuelve los sueños y alimenta el misterio. Es
que todo aquello que no podemos manejar conscientemente, eso que va más allá de
las percepciones, nos deja en un estado de indefensión, de falta de lógica que
asusta.
“Cada vez que entran por la ventana
los primeros rayos de sol, sé que tengo un día más”, decía mi papá. Y es así,
la luz solar empieza a entremezclarse con las tinieblas y las vence, siempre
las vence, llenando de color las horas.
Basta con mirar el almanaque -hoy casi
en desuso-, compañero del reloj que ineludiblemente nos marca que el tiempo no
para, para saber que en ese día algo se conmemora. Algo importante sucedió ese
día de otro año que vale ser recordado por muchos o por pocos.
Así debería vivirse, sintiendo que
cada historia que escribimos valdrá ser recordada, por lo menos por nosotros…
El 13 de octubre se festeja el “Día
del Psicólogo”, y es una jornada que me encanta. Como no es tan popularmente
conocido, días antes me dedico a recordárselo a mi gente, no vaya a ser cosa
que el inconsciente, fiel aliado del olvido, se encargue de privarme de algún
esperado saludo. No quiero que nada ni nadie, empañe este día que considero tan
mío, y de mis colegas, por supuesto.
Es que es tan importante nuestra
profesión que forma parte del ser. De hecho, si alguien me pregunta: ¿qué sos?,
sin dudarlo respondo: psicóloga.
Las más extrañas y encontradas
sensaciones aparecen en el rostro del eventual interlocutor; temor: ¿me estará
analizando?; asombro: y eso que no tenía cara de loca; emoción: ¡qué bueno!,
vos sabés que anoche soñé…; respeto: ¿cómo hacen ustedes para escuchar todo el
día a gente con problemas?... Y la famosa frase dicha, en general, a nuestras
espaldas: los psicólogos están todos locos.
Emblemática profesión que lleva años
de lucha entre propios y extraños, años hasta poder demostrar que es una
ciencia, a los codazos logramos un lugar entre los profesionales de la salud.
Es que no es fácil de entender nuestra práctica. Trabajar con la palabra,
escuchar el dolor, ayudar a transitar la angustia, decodificar los síntomas,
darle un significado, recorrer con el paciente el camino para encontrarse con
su verdad.
Entonces, pensar la práctica
psicológica genera pasiones. Hay pacientes que se sienten orgullosos de ellos
mismos por hacer terapia y hacen alusión todo el tiempo a eso, como una etapa
de crecimiento en sus vidas. Hasta toman la palabra del psicólogo como parte de
su discurso cotidiano: “como dice mi psicólogo…”, frase peligrosa si nos
detenemos a pensar lo que cada uno interpreta de lo que escucha.
Y otros que miran con asombro y desdén
al médico que, con buen criterio y después de un exhaustivo examen físico, dice
como al descuido: “Físicamente no tenés nada, ¿por qué no considerás la
posibilidad de ver a un psicólogo?” A lo que suele responderse: “Yo no estoy
loco, ¿cómo no voy a tener nada si a mí me duele?, mejor consulto con otro
médico”. Es que es más fácil y más corto el tratamiento que se resuelve con un
medicamento, porque es segmentado, tiene un principio y un final a corto plazo.
El desafío de enfrentarse con la
verdad es más largo y quizás más doloroso. Son tantos los mecanismos que
utilizamos para defendernos de lo que no queremos saber, que ir derrumbándolos
genera resistencia y dolor. Y allí estamos nosotros, para acompañarlos a
decodificar, aprendiendo a querer a los pacientes a los que esperamos cada
semana, tratando de separarnos de sus angustias, alegrándonos cuando los vemos
avanzar.
Elijo a mi carrera y a mi profesión
todos los días de mi vida.
Cada paciente es único. Gracias a
todos ustedes, a los que han permitido y me permiten abrirles la puerta del
consultorio y de mi saber; abriéndome ustedes a su vez, la puerta de su mundo y
su propio saber. Cosa de locos.
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