AL QUE MADRUGA, DIOS LO AYUDA
Por
Ana Guerberof
ana.guerberof@gmail.com
Foto: Úrsula Vidal Wagner
Desde
España
Le andaba
dando vueltas a este refrán español el último mes. Leo en el Refranero
multilingüe del Centro virtual Cervantes[1]
que “recomienda ser diligente para tener éxito en las pretensiones, en el
trabajo”. Pienso que tiene algo de razón el refrán, sentarse a esperar que ciertos
trabajos se hagan solos no suele dar resultado. Cómo Dios acaba compensando al
trabajador madrugador ya no me queda tan claro, pero digamos que trasmite con
fuerza bíblica la premisa de que si deseamos alcanzar un objetivo debemos esforzarnos.
Ahora bien, este refrán, como muchos otros, tiene su opuesto en aquel que dice No por mucho madrugar amanece más temprano y
que, según la misma fuente, expresa que “no basta la diligencia ni conviene
precipitarse en nuestro trabajo para apresurar el logro de algo, porque los
acontecimientos deben seguir su curso natural”. ¡Acabáramos! Entonces, es
posible que madrugar pueda ser de gran utilidad, pero a veces más vale esperar.
La dificultad radica en cuándo debemos madrugar y cuándo apagar el despertador.
Sumida en mis
cavilaciones sobre la ayuda, me dio por clasificar. Está el que intenta ayudar
pero digamos que sólo ve los árboles y no el bosque. Ese amigo que por ayudar con
un texto, por ejemplo, propone un millón de cambios quizás interesantes pero un
tanto fútiles, más que ayudar, logra que suban los niveles de frustración.
Existe también la persona que cuando se le pide, y sólo cuando se le pide, opina
de tal manera que incrementa la calidad del escrito exponencialmente. Su ayuda
es valiosa. También, están aquellos que llevan una taza de té caliente y, sin
decir nada, la dejan sobre la mesa cuando perciben las fuerzas exiguas de un
amigo. ¡Esa ayuda callada no tiene precio! Finalmente, existe ese amigo que por
ayudar con un texto, le saca tanta punta que acaba por abocar al otro a la
desesperación creativa hasta el punto de desear abandonar. No se sabe si
intenta ayudar a otro o a sí mismo. En este tema hay mucho ego suelto en busca
de una víctima a la que succionarle la sangre como ocurre en esas series de vampiros
tan a la moda. En su afán de ayuda, el supuesto amigo te acaba hundiendo.
De este último
tipo, se ha visto mucho en España desde nuestro último encuentro. Hemos oído
hasta la saciedad hablar de ayuda, o rescate, cuando en realidad se trata de
una intervención en toda regla que sólo parece beneficiar a unos pocos,
principalmente bancos (y no sólo españoles). Hasta los más optimistas ya
declaran abiertamente que la situación está fuera de control (¿recién ahora?). El
lunes 23 fue un lunes negro con la prima de riesgo en 640 puntos que acabó con
la prohibición de apuestas bajistas en la bolsa. España se encuentra ante una disyuntiva:
¿debe pedir una “ayuda” a aquel que luego la hundirá? Es decir, pedir un
rescate de 300 mil millones de euros sin garantías de mejora y que más adelante
se transforme en un castigo divino cuando no pueda hacer
frente a los intereses o ¿debe esperar y negociar unas condiciones más
favorables? Es decir, evitar cargar a todos los ciudadanos con la deuda de unos
pocos, obligar a toda una generación a emigrar, retroceder en las libertades
sociales (Rajoy acaba de crear un Departamento de seguridad nacional y su
ministro de justicia a cambiar la ley del aborto), malograr la educación y
sanidad públicas para que se beneficien unos pocos.
Los españoles salieron
a la calle el día que se aprobaron aún más recortes, las protestas y huelgas son
constantes pero la desesperanza también va en aumento. Comienza a generalizarse
la idea de que por mucho que se madrugue, Dios se ha ido de vacaciones. Incluso
corre el rumor de que puede haberse pasado al campo enemigo. ¿No será mejor no
madrugar tanto y comenzar a negociar con más contundencia? Después de todo, y
como dice una de mis amigas, estamos todos juntos en esto, y si cae uno...
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