AMARSE BIEN*
Por
Alejandra Tenaglia
Hace ya casi una
década, cuando nuestra protagonista tenía 15 años y el caballero en cuestión
iba por los 19, comenzó la historia que nos reúne en esta ocasión.
A pocos
kilómetros de Chabás, también a la vera de la 33, se enclava el pueblo en donde
ellos vivían. Los días de la adolescente se consumían en gran parte entre el
kiosco de su padre y el comercio de su abuelo; de uno a otro lugar, Flor iba y
venía, sin sospechar que Leo, mientras jugaba al fútbol en el campito de
enfrente, se concentraba más en su bella sonrisa que en el esférico de cuero.
El hincha de
River supo aprovechar la amistad con un primo de ella, y así logró entrar a su
casa. Ya allí, le cuestionó el no haberlo invitado a su cumpleaños de 15. Ella,
cálida y resuelta, le ofreció como resarcimiento una tarde de mates. Él no solo
aceptó y asistió, sino que desde entonces se lo pudo ver pasar en su motito día
tras día rumbo a esa cita inamovible que de tan repetida y con tanto
compartido, dio lugar a una gran amistad. En realidad, Flor se enamoró hasta
tal punto que debió confesárselo para lograr desatar de algún modo ese nudo que
le cerraba el estómago como suele pasar con casi todos aquellos que son
alcanzados por el travieso Cupido. Él le contestó que eran amigos y no podía
faltarle el respeto… Reacción que debe haber enfurecido o entristecido a la
dama pero que, vista a la distancia que ofrece el tiempo o simplemente desde la
vereda de enfrente, surge como un gesto loable y una virtud a destacar. Más aún
siendo que hoy por hoy, él afirma que ella siempre le gustó, esto es, incluso
en ese momento en el que se le negó.
No mucho después,
junto a toda su familia, Leo se instaló en este pueblo, donde aún hoy conserva
su fuente de trabajo.
Ella terminado el
secundario se fue a estudiar a Rosario, allí vivió 4 años. Conoció gente, hizo
nuevas amistades, se metió de lleno en el mundo de los números y los balances,
consiguió un buen trabajo. También consiguió salir adelante después de aquel
enamoramiento que al parecer, había quedado atrás.
Tan extraños son
los modos en que el destino ejecuta sus planes, que dos años pasaron sin ningún
contacto entre nuestros protagonistas.
Hasta que un día al
teléfono de Flor, llegó un mensaje… Podemos arriesgar que a Leo, la distancia,
el tiempo y la vida misma ocurrida en esas más de 700 jornadas, le reacomodaron
las ideas. El sentimiento, probablemente, siguió estando latente desde aquellas
tardes en las que mirar de soslayo a la hija del kiosquero desde su puesto en
la canchita del barrio, se hacía tan inevitable como las cargadas de algunos
amigos y el enojo de otros que sin vueltas le gritaban: ¡acá está el arco!,
¡dejá de volar!
Dice que su
propósito, al retomar la comunicación, era saber de ella, cómo estaba, qué
hacía; aunque resultó ser algo más contundente que una simple curiosidad, ya
que no tuvo duda alguna cuando fue invitado a la ciudad cuna de la bandera y en
el primer colectivo que encontró, partió a visitarla.
Ahí recomenzó el
asunto. Se sucedieron los viajes, cada vez más continuados. Y a aquel pasado
compartido se le sumó ese presente que los hallaba nutridos por la experiencia
que conlleva el solo hecho de estar vivos, con algunas certezas bien definidas,
dolores nuevos surcándolos, lecciones impartidas por los desengaños que todos
sufrimos en los más variados rubros, decisiones que establecemos como máximas
después de haberlas masticado largo rato, barreras firmes e impenetrables que
cubren rinconcitos a los que no queremos que nadie ingrese, sensibilidades
expuestas ya sin sonrojos ni tontos pudores. Pero llegó un momento, en que ella
dijo “basta”. Cansada de la inestabilidad del caballero le dio hasta la noche
para que decidiera por sí o por no. Lo que se definía era el formalizar la
relación. Él dejó pasar media hora de la pactada, y luego contestó: “probemos algo”. La prueba
salió bien, pues desde entonces nunca más se separaron. Ella abandonó la
Facultad y la ciudad, para instalarse junto a su hombre en el pueblo fundado
por don Pascual. Al año de convivir, se casaron, y el sueño de armar una
familia juntos es una realidad concretándose sin cesar. Con esa sabiduría
simple que da el amor, desean al unísono y con fervor, envejecer juntos y amarse
bien…
* Basada en la historia real de Ma. Florencia Pucchio y Leandro Rocha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario