EN LA ERA DE LAS
COMUNICACIONES
LA
SOLEDAD
Por
Carina Sicardi
casicardi@hotmail.com
El monitor de la PC me enfrenta con un cúmulo de
ideas casi todas contradictorias. De repente, pienso en que se presenta como un
instrumento capaz de atravesar el tiempo y el espacio. Aquí y ahora sería
posible conectarme con el más lejano de mis amigos o con mi hijo que está en la
habitación contigua; con gente que quizás veré alguna vez, como con aquellos
que formaron parte de mi vida de otros días…
Se ha hecho común escuchar la frase:
“Si no te encuentran es porque no te quieren encontrar”. Peligrosa sentencia,
es casi como estar formando parte de Gran Hermano, donde no hay lugar en el
cual la intimidad sea posible. O sentir, como muchos aprendimos de niños, que
nadie puede esconderse de la mirada de
Dios. Sólo que ahora, pareciera que no es posible esconderse de nadie… ni de
nada.
Sucede que, en la era de las
comunicaciones, los adelantos tecnológicos nos asombran día a día. Los
celulares, extensión de nuestros sentidos, forman parte de nuestros objetos
imprescindibles antes de salir al mundo exterior. De niños hacíamos el
recuento: pañuelo y papel higiénico (además de ropa interior limpia y sana por
si nos descomponíamos en la calle). Hoy es: billetera y celular con sus
accesorios, no vaya a ser cosa que por un instante, nos permitamos conectarnos
con las pequeñas maravillas que nos ofrece la naturaleza. O nos descubramos
sonriendo ante las ocurrencias de los pequeños, o nos detengamos en la mirada
del aquel que nos mira… el encuentro con el otro.
En una conferencia, de esas
inolvidables, Jaime Barylko expresaba su falta de entendimiento ante el uso de
celulares; de hecho, por lo menos hasta ese momento, él no tenía. Ironizaba
diciendo que quizás no tenía tanta gente que quisiera comunicarse con él todo
el tiempo. Hasta llegó a plantear la posibilidad de repensar el concepto de
psicosis, porque para él, tanta gente transitando un mismo camino hablando con
alguien que el resto no puede ver, era el fiel exponente de una psicosis
colectiva que, en tanto validada por la mayoría, se aceptaba como normalidad.
También planteaba que parecía extraño
que, en el afán de filmar o fotografiar todo lo que el hombre consideraba
importante, resulta que se olvidaba de conectarse con lo que vivía en ese
instante y sólo lo podía disfrutar en casa, cuando lo veía desde las imágenes
grabadas.
Dice Pablo Dacal en la canción Más allá del bien o del mal: “Tan
solitario escribir o pintar, o actuar en teatro, postear y twitear”. Tremenda y
profunda frase.
Desde que empecé este texto, me
acompañaron mis intelectuales amigos, cada uno desde su incondicional aporte de
saber; pero en el momento de enfrentar la hoja en blanco, sólo yo y mi soledad
nos dimos la mano, y juntas, tratamos de darle forma a las ideas.
Twitter, Facebook, Messenger. Notebook, Tablet, Blackberry, IPod. Tantas opciones, tantos instrumentos para la comunicación que hoy parece
un imposible, si pensamos en la inexistencia del lenguaje corporal que nos
ayude a decodificar el mensaje; parece que estuviéramos jugando al teléfono
descompuesto. ¡Qué ironía!, ¿no?
Nos escondemos detrás
de la PC,
maquillaje artificial donde nos permitimos jugar a no ser nosotros mismos. Ya
no tenemos tiempo para el encuentro real, para disfrutar de lo que dice la
mirada; del abrazo, tan importante para cobijarnos en el cuerpo del otro, en el
lugar que nos permite el cuerpo del otro…
Los sentimientos
paranoicos se despiertan: “Lo llamé y no me atendió. Seguro que vio mi número y
no quiso atender”; “Nunca lo encuentro en el chat, seguro me bloqueó”;
historias que empiezan y terminan en nuestro mundo de soledad… Tan comunicados
y tan solos…
¿Y qué es la
soledad?, te pregunté: “es mirarse en el espejo sin maquillaje”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario