DESEMEJANZA
COMO UNIÓN
“AMIGOS INTOCABLES”
Por Lorena Bellesi
bellesi_lorena@hotmail.com
Reconozco abiertamente que
si alguien me recomendara una película llamada Amigos intocables (“Intouchables”),
sin darme alguna referencia sobre la misma, es muy probable que la desestime al
instante. Pero si a continuación descubro que la cinta fue un suceso en
Francia, país de origen, con record de público incluido, y además la historia
está basada en hechos reales, puede que mi curiosidad reavive. Una vez más el
cine cuenta la relación entre personas totalmente dispares, de una forma divertida
y conmovedora a la vez. Los prejuicios, las visibles diferencias -uno es negro
el otro es blanco, uno baila el otro es paralítico, uno es pobre el otro es
rico- no impiden el nacimiento de una fraternal amistad entre dos personas
destinadas a transitar caminos paralelos, que sin embargo, por esas cosas de la
vida, coinciden en una encrucijada, a la espera de una salida que sólo puede
provenir de ellos mismos.
Los directores Eric Toledano y Olivier Nakache trasladan a la pantalla un
encuentro, un momento preciso en donde alguien desconocido ingresa de manera
impensada, no planificada, en la vida de otro. Philippe (François Cluzet,
enternecedor) es un millonario tetrapléjico, del cuello para abajo no siente absolutamente
nada, su vida tiene la monotonía rutinaria, a modo de ritual, necesaria para
sobrevivir: masajes, baños, chequear correspondencias… Y todas esas actividades
las lleva adelante acompañado, siempre
están junto a él distintas personas, imprescindibles para su resistencia,
resultado de una dependencia que estremece. En este punto aparece Driss (Omar
Sy, desbordante), joven de origen senegalés, recién salido de la cárcel,
habitante de los suburbios de la capital francesa. Concurre a la entrevista
dispuesta por el acaudalado, quien pretende conseguir un nuevo asistente
personal, alguien capaz de ocupar el lugar de sus piernas, sus brazos.
Sobresale con su impaciencia de poco instruido entre un homogéneo grupo de
gente calificada, los cuales ostentan antecedentes profesionales que los
acercan al puesto vacante. Las únicas referencias de Driss son
musicales, el ritmo divertido de “Kool & the gang” lo representa, lo
particulariza, nada que ver con la bellísima melodía del “Ave María” de Shubert
que suena en la fabulosa mansión del centro de París, apenas él ingresa. Su
espíritu desfachatado e ingenuo no conoce de inhibiciones, coquetea con la
secretaria y lo que es mejor, no trata a Philliphe como un “discapacitado”.
Driss llega a la
entrevista laboral para que alguien le firma la constancia de su asistencia a
la misma, de esta manera podrá cobrar el seguro de desempleo. No obstante, es
trabajo lo que consigue. De repente su mundo viejo se desvanece y amanece en
otro al que le cuesta reconocer y al que no deja de juzgar. Con toda
naturalidad, se burla de los “ricos”, de sus excentricidades, de lo absurdo que
resulta comprar un lienzo blanco con una mancha roza y pagar por ello cuarenta
mil euros. No faltan, entonces, los paliativos que no se aprenden en las
academias: ante los fuertes dolores nocturnos de Philliphe, Driss
le ofrece un grato paseo de madrugada a orillas del Sena, compartiendo marihuana.
Amigos
intocables es una
película predecible; mucho se ha escrito, cantado, filmado sobre la amistad
entre individuos opuestos. Pero cada una de esas historias despliega un encanto
especial. En este caso, asoma cierto matiz ideológico en cada toma, no por eso se
abandona lo simplemente emotivo. Aunque su vitalidad proviene del humor, del
humor negro: “¿Dónde se puede encontrar un tetrapléjico? Donde lo dejaste”; chiste irritante que Driss y Philliphe
festejan juntos, y nosotros reímos con ellos.
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